Dice Zapatero que va a convocar a los presidentes autonómicos, para luchar contra lo que se empeña en llamar, en contra del dictamen de la RAE, “violencia de género”, con lo que demuestra que es un asunto que le preocupa, pero olvida que sólo con leyes no se puede luchar contra esta lacra. La violencia contra las mujeres tiene su origen en nuestras costumbres y mentalidades. Es bueno aumentar la vigilancia y estar alerta; pero no se podrá evitar que alguien, en cualquier momento, tome una decisión fatal.
En España se respeta muy poco al débil y suele imponerse el más fuerte. Las listas electorales cerradas son una buena prueba. Los partidos harían bien en dar ejemplo, instaurando las listas abiertas, dando voz a quien tenga algo que decir. Los políticos son prepotentes, con lo que dan mal ejemplo a la ciudadanía. Suprime el gobierno por decreto el idioma valenciano, pasando por encima de los deseos de sus usuarios, amparándose en la ciencia (¡Santo Cielo, la ciencia!), y pasa por encima del dictamen de la RAE, usando el inapropiado término “violencia de género”. Pasan los políticos por encima de las leyes, cubriendo de mármol el Teatro Romano de Sagunto y se proponen desobedecer la sentencia que obliga a revertirlo. Fue prepotente Aznar cuando decidió unilateralmente mandar las tropas a Iraq (en realidad, fue prepotente muchas más veces, pero con un ejemplo es suficiente). Fue prepotente Zapatero derogando el PHN por decreto y sin debate. Estos asuntos no se deberían resolver unilateralmente. Han de comenzar los políticos por revestirse de humildad, comprender que están al servicio de los ciudadanos y no al mando de ellos y darse cuenta de que si las leyes no están por encima de todos, no hay democracia, o ésta de muy baja calidad. Si la prepotencia está en el ambiente, si hasta los más altos dignatarios usan la fuerza para imponer sus criterios, no se puede evitar que otras personas piensen que se pueden resolver las cosas mediante el diálogo o que acepten sin rechistar decisiones que no les gustan.
En España se respeta muy poco al débil y suele imponerse el más fuerte. Las listas electorales cerradas son una buena prueba. Los partidos harían bien en dar ejemplo, instaurando las listas abiertas, dando voz a quien tenga algo que decir. Los políticos son prepotentes, con lo que dan mal ejemplo a la ciudadanía. Suprime el gobierno por decreto el idioma valenciano, pasando por encima de los deseos de sus usuarios, amparándose en la ciencia (¡Santo Cielo, la ciencia!), y pasa por encima del dictamen de la RAE, usando el inapropiado término “violencia de género”. Pasan los políticos por encima de las leyes, cubriendo de mármol el Teatro Romano de Sagunto y se proponen desobedecer la sentencia que obliga a revertirlo. Fue prepotente Aznar cuando decidió unilateralmente mandar las tropas a Iraq (en realidad, fue prepotente muchas más veces, pero con un ejemplo es suficiente). Fue prepotente Zapatero derogando el PHN por decreto y sin debate. Estos asuntos no se deberían resolver unilateralmente. Han de comenzar los políticos por revestirse de humildad, comprender que están al servicio de los ciudadanos y no al mando de ellos y darse cuenta de que si las leyes no están por encima de todos, no hay democracia, o ésta de muy baja calidad. Si la prepotencia está en el ambiente, si hasta los más altos dignatarios usan la fuerza para imponer sus criterios, no se puede evitar que otras personas piensen que se pueden resolver las cosas mediante el diálogo o que acepten sin rechistar decisiones que no les gustan.
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