Hace algunas fechas escribí un artículo que titulé Alfonso Grau, grandilocuente, ya que presumía de cosas de las que debía avergonzarse. Además minimizó el enorme trabajo de Don Juan Bautista Viñals Cebriá, que por sus propios medios logró establecer el origen del toponímico Marchalenes y, no obstante, el concejal cerrilmente se empeña en seguir llamándolo Marxalenes. El hecho es que yo pensaba referirme a él sustituyendo su rimbombante título de concejal de Grandes Proyectos por el concejal de Grandes Recalificaciones, más acorde con la realidad. Esta afirmación se sustenta, sin ir más lejos, en la recalificación del Mestalla y del Nuevo Mestalla. Para favorecer a un club de fútbol, derrochador como todos, se han sacrificado dos barrios de la ciudad, que van a ser distorsionados y sometidos a incomodidades, aparte de que esas actuaciones afean la ciudad, ya que el solar del Nuevo Mestalla estaba destinado a otros usos. En el actual Mestalla se van a construir torres de viviendas, lo que supone meter con calzador a un gran número de vecinos en un barrio que ya tiene mucha densidad. Tampoco hay que olvidar que Valencia no es Alemania. No contento con eso, el Ayuntamiento de Valencia ha decidido rizar el rizo y va a permitir que se construya un hotel, aun contraviniendo con ello el PGOU. La excusa para saltarse la ley es que la ve “aparentemente injustificada”. ¿Para que la hacen entonces? Se conoce que a la vista de que Rita Barberá se ha adueñado de la política valenciana, han dado en aprovechar la ocasión, para hacer y deshacer a su antojo. La democracia a veces es una idolatría. Por el horizonte asoma la tentación de recalificar también el campo del Levante. Es así como aquellos que ven denegadas sus peticiones porque sobrepasan por muy poco los límites que permiten pedirlas, tienen que costear indirectamente los grandes derroches futboleros. Naturalmente que los grandes fastos tienen contrapartida, no hay dinero para cosas menores. Las nuevas aceras de los puentes que acaban de reparar son horribles.
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