Planteaba Félix de Azúa, el 12 de enero en El Periódico, lo que llama el más viejo enigma de la actualidad: ¿Somos bestias salvajes que sólo un proceso represivo convierte en humanos, como creía Hobbes?, se preguntaba. Evidentemente, no faltan individuos, no sé si se me permitirá decir que abundan, que abonan esa tesis de Hobbes. Perpetran el mal de modo natural y sin mostrar ningún indicio o señal de que sean conscientes de ello. Bordean la ley o la transgreden tranquilamente, si se saben impunes. No les preocupan en absoluto las consecuencias que sus actos puedan acarrearles a sus víctimas. Simplemente, dan rienda suelta a sus instintos, que como señala Azúa proceden de la moral del narcisismo fascista, del verdugo que, quizá porque se sabe inferior, busca compensar este sentimiento torturando a sus víctimas, para creerse superior a ellas.
La pregunta opuesta de Azúa es: ¿O somos humanos justamente porque tenemos una moral instintiva, innata, "natural", que nos diferencia de las bestias, como creía Kant? Quizá Kant hubiera pensado de modo ligeramente distinto de haber conocido la teoría de la Evolución de las especies. Resulta dificultoso pensar que los primeros homínidos pudieran tener una moral instintiva. Sin embargo, sí que hay individuos que parecen ajustarse a la tesis kantiana, aunque probablemente su número es inferior al del otro grupo. Bien pudiera ser que hubieran adquirido esta moral a través de la observación y la reflexión. El instinto de conservación podría haber inducido a que los mejores adopten esta moral y a que traten de transmitirla a los demás. Esta moral actúa de un modo natural e instintivo en quien la ha adoptado, dadas sus evidentes ventajas en orden a la conservación de la especie. Sólo la moral puede lograr que la especie humana no acabe autodestruyéndose y esto es intuido por los más fuertes, por quienes tienen más vocación de perpetuarse. Aquellos que no se sienten con fuerzas para luchar, que se ven como flor de un día, tienden más a convertirse en títeres de sus instintos.
La pregunta opuesta de Azúa es: ¿O somos humanos justamente porque tenemos una moral instintiva, innata, "natural", que nos diferencia de las bestias, como creía Kant? Quizá Kant hubiera pensado de modo ligeramente distinto de haber conocido la teoría de la Evolución de las especies. Resulta dificultoso pensar que los primeros homínidos pudieran tener una moral instintiva. Sin embargo, sí que hay individuos que parecen ajustarse a la tesis kantiana, aunque probablemente su número es inferior al del otro grupo. Bien pudiera ser que hubieran adquirido esta moral a través de la observación y la reflexión. El instinto de conservación podría haber inducido a que los mejores adopten esta moral y a que traten de transmitirla a los demás. Esta moral actúa de un modo natural e instintivo en quien la ha adoptado, dadas sus evidentes ventajas en orden a la conservación de la especie. Sólo la moral puede lograr que la especie humana no acabe autodestruyéndose y esto es intuido por los más fuertes, por quienes tienen más vocación de perpetuarse. Aquellos que no se sienten con fuerzas para luchar, que se ven como flor de un día, tienden más a convertirse en títeres de sus instintos.
Contra los políticos
Cátaros. La libertad aniquilada
Terrorista
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La Comunidad Valenciana y el guirigay nacional
La soledad del juzgador
A sí mismo
¿Cómo habla Dios?
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