No hace mucho tiempo, el cardenal de Valencia castigó sin misa al pueblo de Sinarcas por hechos que habían ocurrido en la calle, con motivo de las fiestas. Los creyentes de Sinarcas tenían que ir a otros pueblos a oír misa. Todavía no era cardenal, así que este detalle pudo actuar como mérito para su ascenso o, al menos, no como demérito. Otro cardenal, esta vez Cañizares, en un acto en el cercano Uriel, se solidarizó con el cura de Sinarcas, que dio lugar a que se castigara al pueblo, y a continuación dijo que quería mucho a los sinarqueños, o sea que los trató de tontos, porque no saben lo que quieren.
Los obispos y los cardenales toman la calle cuando quieren, para lanzar sus proclamas y protestas. Se conoce que piensan que la calle es suya. Yo, que no soy obispo ni cardenal, sino un simple contribuyente, ya no sé si tengo derecho a usarla.
Ahora, la Conferencia Episcopal ha emitido un comunicado con el que pretende influir en el ánimo de los votantes, algo fuera de lugar. Por ejemplo, aunque mis posibilidades son escasas, siempre hay quien me pide que trate de hacer lo mismo, a lo que sistemáticamente me niego. No quiero ser el responsable del voto de nadie, por lo que pueda pasar.
Me detendré en la negociación con ETA, de la que reiteradamente he dicho que sólo beneficia a la infame banda. Pero quisiera hacer notar que quienes desean que se negocie con ETA con el fin de intentar que no cometa ningún atentado más, es probable que se equivoquen, pero no incurren en ninguna perversión y hay que reconocerles de antemano alguna posibilidad de que estén en lo cierto. El asunto se torna grave cuando se pretende rentabilizar electoralmente esa negociación. Pero ese distingo no lo han hecho los obispos.
De toda esta forma de actuar, puede llegarse a la conclusión de que los pastores de la iglesia han renunciado a ser los guías y a hacerse seguir en su camino hacia la bondad con su ejemplo. Más bien, parece que han optado por embarcarse en la grosera lucha por el poder.
Los obispos y los cardenales toman la calle cuando quieren, para lanzar sus proclamas y protestas. Se conoce que piensan que la calle es suya. Yo, que no soy obispo ni cardenal, sino un simple contribuyente, ya no sé si tengo derecho a usarla.
Ahora, la Conferencia Episcopal ha emitido un comunicado con el que pretende influir en el ánimo de los votantes, algo fuera de lugar. Por ejemplo, aunque mis posibilidades son escasas, siempre hay quien me pide que trate de hacer lo mismo, a lo que sistemáticamente me niego. No quiero ser el responsable del voto de nadie, por lo que pueda pasar.
Me detendré en la negociación con ETA, de la que reiteradamente he dicho que sólo beneficia a la infame banda. Pero quisiera hacer notar que quienes desean que se negocie con ETA con el fin de intentar que no cometa ningún atentado más, es probable que se equivoquen, pero no incurren en ninguna perversión y hay que reconocerles de antemano alguna posibilidad de que estén en lo cierto. El asunto se torna grave cuando se pretende rentabilizar electoralmente esa negociación. Pero ese distingo no lo han hecho los obispos.
De toda esta forma de actuar, puede llegarse a la conclusión de que los pastores de la iglesia han renunciado a ser los guías y a hacerse seguir en su camino hacia la bondad con su ejemplo. Más bien, parece que han optado por embarcarse en la grosera lucha por el poder.
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