domingo, 14 de septiembre de 2008

Félix de Azúa y Dios

Hay muchas personas sumamente inteligentes que afirman que no creen en Dios y hay otras igual de inteligentes que no tienen ningún empacho en proclamar su fe.
Muchos de los que no creen en Dios, sea cual sea su inteligencia, viven, no obstante, de acuerdo con unos principios éticos o código de conducta a los que tratan de ajustarse en la medida de sus fuerzas o aún más. Esto, sin duda, sería del gusto de Dios, si realmente existiera y no parece muy descabellado pensar que quizá no le importe demasiado que no tengan fe o que los códigos por los que se rigen no sean perfectos.
Hay otros, también más o menos inteligentes, que ni creen en Dios ni tienen código de conducta. Son, sencillamente, depredadores, cuyo único freno es la ley, porque en la impunidad sí creen. Utilizan todas las armas de que disponen y tampoco tienen ningún inconveniente en vulnerar la legislación si creen que no hay ningún peligro en ello. En este caso, tampoco parece incoherente pensar que a Dios, en el caso de que exista, no le preocupe demasiado su falta de fe.
También los hay que proclamando en todo momento y lugar su fe en Dios, luego resulta que no son nada recomendables. Acuden a los actos religiosos como si echaran monedas en sus huchas, indiferentes al resto del mundo. Son incapaces de hacerle un favor a nadie, al menos gratuitamente. Piensan en salvarse ellos y los demás les importan algo menos.
Hecho este largo preámbulo, cabe aludir a un artículo de Félix de Azúa, publicado ayer en El País en el que da por descontado que nadie cree en Dios. Su frase es esta: “Posiblemente nuestros abuelos, como nosotros, ni eran religiosos ni creían en dioses”. Y si me llama la atención es porque tengo la impresión de que yo nunca he conocido a nadie que crea en Dios, aunque en otros tiempos traté con numerosos clérigos, alguno de ellos de elevado rango. Con el último que traté hace unos pocos años fue con un jesuita muy bien colocado en su orden, del que pienso que tiene la cara más dura que el hormigón armado. Si una persona tan aguda como Félix de Azúa no ha detectado en nadie la fe en Dios es porque no deben abundar quienes la tengan.

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