sábado, 20 de junio de 2009

Comienza el calvario de la viuda

La barbarie etarra no termina en el asesinato. Una vez cometido éste otros indeseables prosiguen la labor. La cerrazón que les lleva a matar o a aplaudir el crimen no les impide ver que si permiten que la sociedad se vuelque con las víctimas y las ayude y las ensalce, el delito cometido les servirá para poco. Se esfuerzan entonces en hacer sufrir a las víctimas, unas veces de forma sutil, otras de modo totalmente salvaje.
Así pues, tras el asesinato de Ignacio Uría la partida en la que él debía de haber formado parte continuó como si tal cosa. ¿Habría que señalar culpables por el hecho de que estas cosas puedan suceder? ETA se ha adueñado de las calles y nadie se siente responsable de ello, nadie se rebela. La víctima -o su viuda- ha de vivir de forma incómoda, para que lo que se perseguía con el asesinato se consiga. Como consecuencia, Pilar Elías ha de ver cada día el establecimiento que el asesino de su marido ha instalado en los bajos de su casa. Y ha de ver cómo la gente le trata mejor a él que a ella. Todavía está por ver que Arzallus clame contra esta infamia. O Ibarretxe. O Anasagasti.
Las víctimas, o sus familiares, tras el atentado deben seguir viviendo la tragedia. Son multitud los chistes que se han hecho sobre Irene Villa, y quienes los atienden y los ríen demuestran su condición. Y además de eso, hacen el juego a los etarras. Pero cada sonrisa de Irene Villa constituye una derrota para ellos.
Los etarras cuando hacen mal, lo hacen a conciencia. Por eso son tan útiles para la causa. No les bastó con matar a Gregorio Ordóñez, tuvieron que conseguir además que su hermana abandonara el País Vasco, cosa a la que ella se resistía. Pero se quedó sin clientes.
Atender a la viuda y a los hijos de Eduardo Puelles no sólo es una obligación moral, es también el modo más válido de luchar contra ETA. Quitar a los asesinos de la vista de sus víctimas es otra obligación moral.

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