Ha escrito el ex presidente un artículo en El País, titulado “Obama en El Cairo: ¿sólo palabras?”, en el que explica que las opiniones de los responsables políticos no deben tomarse del mismo modo que las de los ciudadanos corrientes. Es cierto. Ése es el motivo por el que jamás debió decir, siendo presidente del gobierno, que Aznar y Anguita eran la misma mierda. Pudo y debió haber esperado a dejar el cargo para dar rienda suelta a su odio. Pero es que además, con esa frase, demostró que luchaba por el poder y no por servir a los ciudadanos como pretendía hacer creer.
También dice, en ese mismo artículo, que con palabras se inició la satanización del Otro, para iniciar luego la guerra de Iraq. También con palabras Felipe González explicó cómo se podía identificar a un votante de derechas, ese Otro tan satanizado. O sea, que el único modo de confraternización con los socialistas que quedaba a los derechistas consistía en abandonar su credo político y abrazar el del PSOE. Felipe González sólo aceptaba al Otro, al menos oficialmente, si militaba en el PSOE o lo votaba.
He aquí que ahora pide para el mundo musulmán la comprensión que niega a una buena parte de España. Él, Felipe González, tiene derecho a dividir a los españoles en buenos y malos, pero le niega a Bush el derecho a comportarse de modo parecido. No consta que Felipe González se haya arrepentido de nada de lo que ha hecho o dicho, de modo que por la boca muere el pez.
En otro orden de cosas, hay que convenir en que el papel de Obama es sumamente delicado y a todos nos conviene que tenga éxito. No es cuestión de pararse a analizar su discurso, como tampoco lo era el de analizar los métodos de Adolfo Suárez en la Transición, que presumiblemente fueron los más sensatos. Los estadounidenses, representados por Obama, comienzan a darse cuenta de la fuerza no resuelve nada. El presidente de Estados Unidos trata de hacerse querer por los musulmanes. Mejor no hablar de la intención que se adivina en Felipe González.
También dice, en ese mismo artículo, que con palabras se inició la satanización del Otro, para iniciar luego la guerra de Iraq. También con palabras Felipe González explicó cómo se podía identificar a un votante de derechas, ese Otro tan satanizado. O sea, que el único modo de confraternización con los socialistas que quedaba a los derechistas consistía en abandonar su credo político y abrazar el del PSOE. Felipe González sólo aceptaba al Otro, al menos oficialmente, si militaba en el PSOE o lo votaba.
He aquí que ahora pide para el mundo musulmán la comprensión que niega a una buena parte de España. Él, Felipe González, tiene derecho a dividir a los españoles en buenos y malos, pero le niega a Bush el derecho a comportarse de modo parecido. No consta que Felipe González se haya arrepentido de nada de lo que ha hecho o dicho, de modo que por la boca muere el pez.
En otro orden de cosas, hay que convenir en que el papel de Obama es sumamente delicado y a todos nos conviene que tenga éxito. No es cuestión de pararse a analizar su discurso, como tampoco lo era el de analizar los métodos de Adolfo Suárez en la Transición, que presumiblemente fueron los más sensatos. Los estadounidenses, representados por Obama, comienzan a darse cuenta de la fuerza no resuelve nada. El presidente de Estados Unidos trata de hacerse querer por los musulmanes. Mejor no hablar de la intención que se adivina en Felipe González.
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