Dice Antoni Puigvert en La Vanguardia que mientras todo el mundo, incluido él, se rasga las vestiduras por los excesos suntuarios de las autonomías, no ocurre lo mismo con los excesos de la Administración del Estado. Y pone como ejemplo el caso del director de los servicios secretos, cuyos faraónicos gastos no motivan que se cuestione la funcionalidad del sistema, sino el personaje.
Quizá tenga algo de razón, es factible que su forma de leer las noticias le lleve a esta conclusión. Pero el mismo hecho de que reconozca los excesos suntuarios de las Autonomías ya pone en cuestión toda la funcionalidad del sistema. El de las Autonomías y el del Estado. Creo que es fácil convenir en que el sistema autonómico fue una gran idea, pues con ello se pretendía acercar la Administración a los ciudadanos y que cada Comunidad Autónoma pudiera potenciar sus propias peculiaridades, en orden a la mejor conservación del patrimonio cultural.
Se concibió bien y se desarrolló mal, al permitir toda suerte de arbitrariedades y el fomento del sectarismo y la insolidaridad. La arbitrariedad y la insolidaridad siempre van unidas. La idea fue, al parecer, de Adolfo Suárez. La desarrollaron los demás. Por sus frutos los conoceréis.
Resulta inconcebible que las autonomías tengan excesos suntuarios y la administración central no. Criticar los excesos de las autonomías equivale a criticar todo el sistema, aunque tampoco sirve de mucho porque a los interesados estas cosas no les llegan. Cuando leen o escuchan una noticia de estas, hacen como que no se enteran, nunca responden, nunca hacen ningún comentario sobre la cuestión.
Lo que le interesa a Puigvert al final es defender la potencialidad de Barcelona, pero lo que interesa, antes que la potencialidad de Barcelona, o de España entera, es lograr un sistema justo y para ello, entre otras cosas, hay que hacer que los políticos dependan de sus electores y no de los líderes de sus partidos.
Quizá tenga algo de razón, es factible que su forma de leer las noticias le lleve a esta conclusión. Pero el mismo hecho de que reconozca los excesos suntuarios de las Autonomías ya pone en cuestión toda la funcionalidad del sistema. El de las Autonomías y el del Estado. Creo que es fácil convenir en que el sistema autonómico fue una gran idea, pues con ello se pretendía acercar la Administración a los ciudadanos y que cada Comunidad Autónoma pudiera potenciar sus propias peculiaridades, en orden a la mejor conservación del patrimonio cultural.
Se concibió bien y se desarrolló mal, al permitir toda suerte de arbitrariedades y el fomento del sectarismo y la insolidaridad. La arbitrariedad y la insolidaridad siempre van unidas. La idea fue, al parecer, de Adolfo Suárez. La desarrollaron los demás. Por sus frutos los conoceréis.
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'El hombre que cambió su casa por un tulipán'
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