Pretende hacer creer que tiene una varita mágica con la que va a arreglar el mundo y alarma hasta a alguien tan curado de espanto como Felipe González. Se las da de demócrata, demócrata genético diría un tonto, y tiene al partido tan en plan “prietas las filas, recias marciales, nuestras escuadras van”, que sólo alguien tan irreductible como Joaquín Leguina (que, por otra parte, ya tiene todo el pescado vendido) se atreve a criticarlo. Se trata, lógicamente, de Zapatero, el presidente de la España que no se rompe.
Se las da de bueno y de amante de la justicia, pero azuza a unos españoles contra otros, no porque le guste el espectáculo, sino por garantizarse unos votos. Toma, unilateralmente y a veces por sorpresa, decisiones que afectan a todos, con lo que muchas veces es como si una parte de España aplastara a la otra. No duda en inventar datos, como en el caso de Garoña, por ejemplo, para justificar su actitud. La propia Nuclenor ha desmentido todas las cosas que afirmó el presidente del gobierno en el programa de Concha García Campoy, “Las mañanas de 4”. No se espera que Zapatero se explique, ni mucho menos que rectifique. No obstante, tampoco se sabe lo que va a hacer. A lo mejor, ni siquiera él mismo lo sabe. Probablemente piensa que el cierre de la central nuclear de Garoña le proporcionará votos, pero si a última hora descubriera que iba a ocurrir lo contrario presumiblemente cambiaría de opinión.
Quizá no sea aventurado decir que es la bisoñez democrática de los españoles la que posibilita esos desafueros. Se trata de un asunto de suma importancia, puesto que el encarecimiento del recibo de la luz, como consecuencia del cierre de la central nuclear, puede tener consecuencias desastrosas para las economías más humildes. Los propios militantes del PSOE deberían obligar a Zapatero a reconsiderar su actitud y consensuar la decisión, al menos, con el PP.
Se las da de bueno y de amante de la justicia, pero azuza a unos españoles contra otros, no porque le guste el espectáculo, sino por garantizarse unos votos. Toma, unilateralmente y a veces por sorpresa, decisiones que afectan a todos, con lo que muchas veces es como si una parte de España aplastara a la otra. No duda en inventar datos, como en el caso de Garoña, por ejemplo, para justificar su actitud. La propia Nuclenor ha desmentido todas las cosas que afirmó el presidente del gobierno en el programa de Concha García Campoy, “Las mañanas de 4”. No se espera que Zapatero se explique, ni mucho menos que rectifique. No obstante, tampoco se sabe lo que va a hacer. A lo mejor, ni siquiera él mismo lo sabe. Probablemente piensa que el cierre de la central nuclear de Garoña le proporcionará votos, pero si a última hora descubriera que iba a ocurrir lo contrario presumiblemente cambiaría de opinión.
Quizá no sea aventurado decir que es la bisoñez democrática de los españoles la que posibilita esos desafueros. Se trata de un asunto de suma importancia, puesto que el encarecimiento del recibo de la luz, como consecuencia del cierre de la central nuclear, puede tener consecuencias desastrosas para las economías más humildes. Los propios militantes del PSOE deberían obligar a Zapatero a reconsiderar su actitud y consensuar la decisión, al menos, con el PP.
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