Contaba ayer Josep María Espinàs en El Periódico que un lector suyo le escribió para decirle que, a pesar de que es cristiano practicante, hay muchas historias del cristianismo que le irritan. Entre ellas cuenta la de los Reyes Magos, los bobos de la historia según él, porque avisaron a Herodes de que uno de los niños que había nacido estaba destinado a ser el rey de los judíos. Dice más cosas, que se pueden leer en el citado artículo. Supongo que el Vaticano tendrá una explicación plausible de tal evento, y si no ha podido encontrar una que satisfaga por completo todas las dudas, habrá declarado dogma de fe lo que haya dicho y santas pascuas.
Lo cierto es que los Reyes Magos son imprescindibles para los niños. Ellos, que todo lo investigan y todo lo quieren saber, no van muy allá en sus pesquisas sobre estos personajes. Se aferran a ellos con todas sus fuerzas y tratan de mantener su ilusión hasta que acaba por resultarles imposible. Suelen enterarse en la calle, porque los padres son incapaces de quebrarles la ilusión. Cuando por fin ocurre lo inevitable, lo que hacen los aún niños es inventarse otra ilusión, otro mundo mágico que permita seguir soñando. Y muchas veces este mundo ilusorio se mantiene hasta la vejez.
Lo de Herodes es otra cosa, es una pesadilla tan terrible como la que más. Porque Herodes tiene una existencia real, y no hay uno sino una multitud. Los Herodes son todos esos que viven presa de los celos, que al no ser capaces de contener su envidia vigilan hasta el último detalle de sus subordinados. No toleran el criterio ajeno, salvo que coincida exactamente con el que han expresado ellos antes, exigen la sumisión absoluta y procuran que nadie adquiera más protagonismo que el que ellos le han concedido. Por eso nuestra clase política es un solar, las instituciones no funcionan, muchas empresas van a la quiebra.
Lo cierto es que los Reyes Magos son imprescindibles para los niños. Ellos, que todo lo investigan y todo lo quieren saber, no van muy allá en sus pesquisas sobre estos personajes. Se aferran a ellos con todas sus fuerzas y tratan de mantener su ilusión hasta que acaba por resultarles imposible. Suelen enterarse en la calle, porque los padres son incapaces de quebrarles la ilusión. Cuando por fin ocurre lo inevitable, lo que hacen los aún niños es inventarse otra ilusión, otro mundo mágico que permita seguir soñando. Y muchas veces este mundo ilusorio se mantiene hasta la vejez.
Lo de Herodes es otra cosa, es una pesadilla tan terrible como la que más. Porque Herodes tiene una existencia real, y no hay uno sino una multitud. Los Herodes son todos esos que viven presa de los celos, que al no ser capaces de contener su envidia vigilan hasta el último detalle de sus subordinados. No toleran el criterio ajeno, salvo que coincida exactamente con el que han expresado ellos antes, exigen la sumisión absoluta y procuran que nadie adquiera más protagonismo que el que ellos le han concedido. Por eso nuestra clase política es un solar, las instituciones no funcionan, muchas empresas van a la quiebra.
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