Lo sucedido en el Museo Valenciano de la Ilustración y la Modernidad (MUVIM) es tan burdo que cuesta trabajo imaginar cómo ha podido ocurrir. Lo que parece fuera de duda es que con Manuel Tarancón, el creador del museo, al frente de la Diputación el desafuero no hubiera sido posible.
La muestra “Fragmentos de un año-2009”, ya se había convertido en un clásico en el museo. Probablemente, el hecho de que nuestra democracia haya acabado siendo una fuente inagotable de oligarcas. Partiendo de ese dato, se puede pensar que alguien de la Diputación, quizá Máximo Caturla, vio la muestra e inmediatamente pensó en que el dedo que hace las listas ya no le señalaría en las próximas elecciones para uno de los primeros puestos; ante ese temor, movió los hilos para que retiraran las fotos que, supuestamente, le comprometían, o quizá las quitó él mismo. O no pensó en las consecuencias, o acaso pensó en que lo mejor que le podía pasar es que se organizara un escándalo, tras es más fácil que conserve su lugar en las listas.
Lógicamente, tuvo que dimitir el director del Museo, porque su prestigio quedaba gravemente comprometido. No se ha producido ninguna otra dimisión, porque el prestigio de los demás implicados depende de un dedo. La primera en darse cuenta de la gravedad de la situación, como se podía suponer, fue Rita Barberá, que se desmarcó total y absolutamente de lo sucedido. La Generalidad también se ha desvinculado del hecho, pero tarde y mal. Alega, además, que se le está dando demasiada importancia al asunto. Pero lo que debería hacer la Generalidad es respetar a los ciudadanos, no ordenarle a qué han de dar importancia y a qué no. Alfonso Rus y Carlos Fabra, con sus declaraciones sobre el particular, han hecho el ridículo.
Varias asociaciones, entre ellas C.L.A.V.E., se han solidarizado con Román de la Calle.
La muestra “Fragmentos de un año-2009”, ya se había convertido en un clásico en el museo. Probablemente, el hecho de que nuestra democracia haya acabado siendo una fuente inagotable de oligarcas. Partiendo de ese dato, se puede pensar que alguien de la Diputación, quizá Máximo Caturla, vio la muestra e inmediatamente pensó en que el dedo que hace las listas ya no le señalaría en las próximas elecciones para uno de los primeros puestos; ante ese temor, movió los hilos para que retiraran las fotos que, supuestamente, le comprometían, o quizá las quitó él mismo. O no pensó en las consecuencias, o acaso pensó en que lo mejor que le podía pasar es que se organizara un escándalo, tras es más fácil que conserve su lugar en las listas.
Lógicamente, tuvo que dimitir el director del Museo, porque su prestigio quedaba gravemente comprometido. No se ha producido ninguna otra dimisión, porque el prestigio de los demás implicados depende de un dedo. La primera en darse cuenta de la gravedad de la situación, como se podía suponer, fue Rita Barberá, que se desmarcó total y absolutamente de lo sucedido. La Generalidad también se ha desvinculado del hecho, pero tarde y mal. Alega, además, que se le está dando demasiada importancia al asunto. Pero lo que debería hacer la Generalidad es respetar a los ciudadanos, no ordenarle a qué han de dar importancia y a qué no. Alfonso Rus y Carlos Fabra, con sus declaraciones sobre el particular, han hecho el ridículo.
Varias asociaciones, entre ellas C.L.A.V.E., se han solidarizado con Román de la Calle.
No hay comentarios:
Publicar un comentario