El embajador de Portugal en España, Álvaro de Mendonça, ha estado en Valencia, en donde ha concedido unas declaraciones al diario Levante-EMV. En ellas afirma que no sabe lo que le contestaría su hijo en el caso de que le sugiriese que aprendiera chino. Tiene razón, pero nuestra democracia es así: tiene que venir gente de fuera a decir las cosas.
Nuestra democracia tiene la particularidad de que quienes llegan a la política suelen creerse genios o por lo menos superiores a los demás. Y tienen nuestro dinero para demostrarlo. El consejero de Educación valenciano no escapa a esa norma, suele tener ideas geniales y mantenerlas hasta que resulta materialmente imposible seguir en el empeño. Y una de esas ideas geniales, que quizá no sea la última, porque se conoce que le surgen, aparentemente, sin esfuerzo por su parte, consiste en incorporar el chino mandarín como asignatura opcional en el bachillerato, y de ahí la respuesta del embajador de Portugal.
Pero aprender chino no debe de ser nada fácil, ni cosa de dos días. Generalizar el estudio de este idioma puede ser oneroso para las arcas públicas, cuando hay otros idiomas que nos resultan más cercanos, como el portugués, francés, etc., de los que cabe suponer que el índice de fracasos entre quienes los estudien será muy inferior al de los que estudien chino. Porque la cuestión es que hay que convenir en que la mayor parte de quienes comiencen chino, si lo hacen de forma impremeditada, no llegará jamás a tener un dominio aceptable de ese idioma. Otra cosa sería que se subvencionara adecuadamente, y con controles, a quienes opten concienzudamente por estudiar ese idioma. Habida cuenta del escaso dominio del español que tenemos casi todos sus usuarios, pretender imponer el chino de forma generalizada no parece una opción realista.
Nuestra democracia tiene la particularidad de que quienes llegan a la política suelen creerse genios o por lo menos superiores a los demás. Y tienen nuestro dinero para demostrarlo. El consejero de Educación valenciano no escapa a esa norma, suele tener ideas geniales y mantenerlas hasta que resulta materialmente imposible seguir en el empeño. Y una de esas ideas geniales, que quizá no sea la última, porque se conoce que le surgen, aparentemente, sin esfuerzo por su parte, consiste en incorporar el chino mandarín como asignatura opcional en el bachillerato, y de ahí la respuesta del embajador de Portugal.
Pero aprender chino no debe de ser nada fácil, ni cosa de dos días. Generalizar el estudio de este idioma puede ser oneroso para las arcas públicas, cuando hay otros idiomas que nos resultan más cercanos, como el portugués, francés, etc., de los que cabe suponer que el índice de fracasos entre quienes los estudien será muy inferior al de los que estudien chino. Porque la cuestión es que hay que convenir en que la mayor parte de quienes comiencen chino, si lo hacen de forma impremeditada, no llegará jamás a tener un dominio aceptable de ese idioma. Otra cosa sería que se subvencionara adecuadamente, y con controles, a quienes opten concienzudamente por estudiar ese idioma. Habida cuenta del escaso dominio del español que tenemos casi todos sus usuarios, pretender imponer el chino de forma generalizada no parece una opción realista.
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