lunes, 22 de marzo de 2010

Esa cobarde izquierda abertzale

Nuestro presidente Zapatero, cuya vida guarde Dios muchos años (y de paso también podría guardarnos a los demás de él, que bastante destroza ha hecho ya), cualquier día nos va a explicar que el mar es una masa de agua salada y lo hará con el mismo empaque con que Newton pudo dar a conocer la ley de la gravedad, seguro de que nos descubre una verdad trascendental.
Ha llamado cobarde a la izquierda abertzale por no exigir el final de ETA, como si no fuera la cobardía el requisito indispensable para la existencia de la banda. Hace falta ser cobarde para ingresar en la banda, o sea, ser incapaz de decir no a quien se lo propone, y cometer luego esos deleznables atentados. Es necesario ser cobarde para acomodarse a ese ambiente tan complaciente con la banda, al asumir algunos de sus más infames postulados, esas ideas, por llamarlas de alguna forma, tras las que intentan parapetarse. Hay que ser cobarde aceptar sin más todas esas actitudes ambiguas, equidistantes, que tanto convienen a los terroristas. Forzosamente hay que haberse quedado con el depósito del valor vacío para asistir impávidamente a esas manifestaciones del cinismo más descarado que consisten en condenar los atentados, cuando se acaban de producir, pero poner todas las trabas posibles a las medidas antiterroristas que se proponen a continuación. ¿Y qué decir de todos esos que niegan el saludo a Pilar Elías, no vaya a ser que hacerlo les cause algún perjuicio, y en cambio saludan solícitos a un tal Azpiazu cuyas hazañas pueden figurar por méritos propios en cualquier antología de la infamia. Cobardes son también quienes no aceptan la verdad de los hechos, para conseguir sus propósitos con la simple fuerza de su verbo partiendo de algo cierto, y en cambio tergiversan la historia, inventan patrañas, y exhiben su verbo intimidatorio o enredador.
Por otro lado, aunque esos que siempre han sido cobardes tuvieran un instante de valor, ¿cuánto les duraría?

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