Josep Antoni Duran Lleida viene prestando soporte desde hace mucho tiempo a Jordi Pujol. Más de uno se habrá preguntado que cómo es posible que un hombre tan sensato como Duran Lleida no tenga reparos en ir con alguien tan racista como Pujol. Quizá la respuesta sea que la principal baza de un político consiste en parecer. De hecho, Pujol parece sosegado y dialogante, cuando es racista y astuto. El hecho de que alguien sea sosegado no quiere decir que no sea peligroso, aunque lo cierto es que la gente se relaja más con alguien sosegado.
El propio Duran Lleida también puede ser un prodigio en el arte de calcular. Estuvo muy cerca de Pujol y ahora lo está de Mas. Da la impresión de que busca el bien de todos, cuando sólo le importa el de unos pocos. Intenta pasar por un hombre de mundo, cuando lo cierto es que no ha protestado, entre otras cosas, por el esperpento de los traductores en el Senado. A veces, incluso intenta hacer las dos cosas, sacar provecho y cultivar su apariencia de persona razonable y culta.
Cultivar las apariencias conlleva que no se profundice en el discurso, y se quede en lo banal. Así pues, en su blog, entre otras cosas, ha venido a decir que igual que se aplaude que los homosexuales que descubren su condición reciban asistencia psiquiátrica, y en cambio no se permita el tratamiento para los homosexuales que quisieran ser heterosexuales. Un tratamiento médico o psicológico puede dejar secuelas, no es algo exento de peligro. Es fácil adivinar que los tratamientos médicos y quirúrgicos siguen unas pautas establecidas previamente, porque se ha comprobado que los beneficios que producen, por lo general, son mayores que el daño que hacen. En el caso de los citados tratamientos a los homosexuales no parece ser así.
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