Vistas las cosas como debería verlas cualquier ciudadano decente, causa asombro, primero, y vergüenza, después, que ETA todavía perdure. Si esto es así es porque encuentra apoyos en donde no debiera. Una banda de asesinos, brutales, reclutados entre los más cobardes de los vascos, no debería haber durado más que el FRAP, el GRAPO y similares.
Pero siempre hay quien comprende a los terroristas, o les ayuda de algún modo, mientras públicamente les condena, para salvar las apariencias. Merece la pena leer el libro “Vidas rotas”, muy ilustrativo sobre la cuestión etarra. Hubo un tiempo en el que se hablaba de dar “una salida digna” a los etarras, como si el mero hecho de proponerlo no revelase la indignidad de quienes lo hacían. Todavía hoy los hay que no se resignan a que el destino de los etarras sea la cárcel y el de quienes les apoyan, o se sirven de ellos, sea la vergüenza más espantosa. Jesús Eguiguren, sin ir más lejos, ha dicho que es “contraproducente para el futuro que Batasuna siga siendo ilegal”. No debe diferir mucho del suyo el pensamiento de Odón Elorza, entusiasta de los pactos transversales, pero avergonzado de hacerlo con el PP.
Los más duros enemigos de ETA, Consuelo Ordóñez, Maite Pagazaurtundua, Regina Otaola, Rosa Díez, etc., han tenido que abandonar la política, o el País Vasco, o ambas cosas a la vez, o andar con escolta. De eso no tienen vergüenza Eguiguren ni Elorza. Pero ETA no puede durar indefinidamente y quizá haya sectores en el País Vasco que teman el momento en que desaparezca totalmente. Despojados del terror los ciudadanos vascos, pueden, paulatinamente, claro, comenzar a discurrir con normalidad y atreverse a optar por opciones que ahora parecen proscritas. Del mismo modo, los partidos políticos, libres de los condicionantes que imponía la banda en la sociedad, también podrían modificar su comportamiento.
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