Cuando Antonio Hernández Mancha fue presidente del Partido Popular, entonces Alianza Popular, quiso que el partido fuera democrático y lo que vino a suceder es que se desataron todas las ambiciones, como había ocurrido antes en la UCD, en la que incluso quienes le debían todo a Adolfo Suárez conspiraban contra Adolfo Suárez, y creían que tenían derecho a ello.
Alfonso Guerra advirtió en su partido que quien se mueva no sale en la foto. Alonso Puerta, que había tenido una iniciativa muy interesante, podía dar fe de ello.
Se deduce fácilmente democracia no debería equivaler a indisciplina. Los militantes deberían acatar las decisiones de sus partidos, con la diferencia de que si fueran democráticos no habrían sido tomadas por las pocas personas que hubieran logrado encaramarse a la dirección, sino que se habrían decidido a través de un proceso.
Esperanza Aguirre se ha destapado ahora pidiendo listas abiertas. Lo que ocurre es que no parece que haya dicho eso de acuerdo con la dirección de su partido, sino que probablemente ha ido por libre. De modo que lo que parece una apuesta democrática es, en realidad, un guiño a los desencantados de la política española. Guiño que, de otro lado, debe de haberle sentado muy mal a Francisco Camps, dado que según el CIS el 62% de los valencianos está disconforme con él.
Hubiera sido mejor y más efectivo que la presidenta de la Comunidad de Madrid hubiera hecho esa propuesta en el seno de su partido, utilizando los cauces previstos al efecto, en lugar de soltarlo por sorpresa, en un alarde de populismo, poniendo en un compromiso a Mariano Rajoy, menester en el que no es la única.
En los partidos políticos españoles falta el debate interno, falta la lealtad, y la mayor preocupación de quienes comparecen con mayor asiduidad ante la opinión pública es que las cosas “parezcan” lo que les conviene a ellos.
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