sábado, 4 de junio de 2011

El club de las mujeres obedientes

Es cierto que ese club se ha formado en Malasia, país lejano, y no en España; también lo es que en Malasia abundan los musulmanes polígamos; pero también lo es que en España abundan los dictadores. No escasean los que si tienen mando en plaza o una mínima ventaja sobre alguien exigen la obediencia absoluta en todo.
No nos es tan ajeno lo que ocurre en Malasia, aunque en este se refiera únicamente a las esposas. Pero quien quiere que le obedezca una persona desearía que le obedecieran todas las demás. La lógica, a la que hay que recurrir siempre, dice que eso no puede ser bueno. Las relaciones interpersonales no pueden ser plenas si no hay igualdad de por medio.
En ciertos ámbitos es imprescindible la disciplina, pero sólo en lo que respecta a la cuestión de la que se trate, sin embargo quienes mandan en ellos suelen exigir que se les obedezca en todo y que se les tenga por entendidos en todo, incluso en aquellas materias en las que son absolutamente ignorantes. Esto se ve claramente en la clase política española, que es la que está expuesta a las miradas de todos. Quienes no están de acuerdo con la dirección de sus partidos, en lugar de fijarse en los argumentos, calculan la relación de fuerzas con su oponente.
Una sociedad que somete a parte de ella y la hace sentirse inferior es una sociedad infantilizada y radicalmente injusta, cuestión esta que impide el progreso. Someterse voluntariamente y dar por bueno este acto es una prueba de cobardía y de pereza. Abandonar la capacidad crítica es lo mismo que renunciar a la plenitud. No reconocer el derecho de los demás a alcanzar esa plenitud es lo mismo que aceptar la propia incapacidad. Una mujer obediente es media mujer. O menos.

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