Felipe González que durante su mandato olvidó buscar (y encarcelar) a ese inquietante Mr X cuya existencia habían señalado los jueces, aboga ahora por suprimir las diputaciones de una vez. Da la impresión de que Felipe González gobernaría ahora de diferente manera a como lo hizo cuando tuvo ocasión, o que, al menos, cambiaría muchas cosas. Lo que sí que permanece inmutable en él es su querencia a juntarse con los ricos.
Los hay que se suben sobre las espaldas de los pobres para conseguir lo que ambicionan. ¿Para qué sirven las diputaciones? En Valencia, por lo visto, para que Alfonso Rus cierre el paso a los que no puede controlar, a Lorenzo Agustí, el imaginativo alcalde de Paterna, por ejemplo. Lorenzo Agustí arriesga, puesto que ha ofrecido tres concejalías a políticos de la oposición, y a pesar de que la jugada parece bien calculada, nunca se sabe cómo pueden terminar estas cosas, puesto que los interesados, de aceptar, pueden saber sacarle provecho al asunto. También arriesga ofreciendo una importante concejalía al empresario Manuel Palma, expeditivo y perteneciente al grupo conocido como gente de orden, que podría, legítimamente, utilizar el cargo como trampolín. Es decir, si Lorenzo Agustí es innovador, también cabe calificarlo como incontrolable, y eso ya no es del gusto de Rus. A Agustí no le importa que alguien le lleve la contraria, lo que no parece ser el caso de Rus.
En ambientes en los que se conoce a Rus se le califica como arrojado y con desparpajo, pero a simple vista esas no parecen cualidades suficientes para presidir una diputación provincial.
Por supuesto que Felipe González tiene razón. Conviene eliminar cuanto antes las diputaciones, hay que reducir el gasto público. Por otro lado, en España no hay suficientes políticos de calidad para todos los cargos en liza. Dar esos cargos ciertos personajes únicamente para premiar su fidelidad al líder propicia que luego ellos malgasten el dinero público.
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