El enviado especial de la ONU para el Sahara, Christopher Ross, intenta, una vez más, desbloquear el contencioso del Sahara Occidental. El propio intento contiene en sí mismo el mensaje de que la ONU, tal y como funciona en la actualidad, es prácticamente inútil.
El papel de Christopher Ross, como el de sus antecesores en este cometido, es, en realidad, un papelón. Por mucho lustre que tenga el cargo, comenzar dando por buena una injusticia no debe de resultar muy satisfactorio.
Se refiere la ONU a la falta de flexibilidad de ambas partes, cosa que es notoriamente incierta. Para que pudiera haber flexibilidad por ambas partes una de ellas debería abandonar los territorios que ocupa ilegalmente y entonces ya cabría establecer una relación de igual a igual. Pero la ONU, que sabe que Marruecos ha ocupado el Sahara por la cara, y que por la cara establece acuerdos sobre aguas territoriales que no son suyas con otros países, no es capaz de decirle que se retire.
Si la Organización de las Naciones Unidas no es capaz de defender los derechos de los más débiles puede dar pie a que algunos intenten tomarse la justicia por su mano. No se puede autorizar el ataque a Libia, invocando tratados internacionales o derechos humanos, mientras se consienten los abusos de Marruecos contra la población saharaui en territorio saharaui.
El mejor modo de luchar contra el terrorismo internacional consiste precisamente en hacer ver que en el mundo hay un organismo que intenta hacer justicia, sabiendo que algunas veces se puede equivocar, pero que el error no se pueda achacar intereses espurios de las naciones poderosas.
Nada de eso ocurre. Marruecos recibe el apoyo de Estados Unidos y Francia e, incomprensiblemente, de España, para cometer sus atropellos. Uno de los personajes enviados anteriormente por la ONU para resolver “el conflicto”, Peter van Walsum, dijo que la razón está de parte de los saharauis, pero que éstos no tienen fuerza para defenderla. Pues eso.
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