El español Miguel Ángel Moratinos era uno de los seis candidatos iniciales a convertirse en director general de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), organismo que invierte en personal el 70% de sus fondos.
Sorprendentemente, dado que el propio Moratinos ha dicho que no se vota por un país, sino por una personalidad, ha llegado hasta la final, en la que ha sido batido por el candidato brasileño, José Graziano da Silva.
La lógica se ha impuesto, no sólo porque Graziano da Silva formó parte de un gobierno que luchó eficazmente contra el hambre en su país, mientras que en España el número de hambrientos ha aumentado considerablemente durante el periodo en que Moratinos formó parte del gobierno, sino también porque Brasil es un país productor de alimentos.
Es lógico que Moratinos no haya sido elegido dado que lleva tiempo con una cantinela particular, según la cual se compromete a erradicar el hambre. En etapa ministerial se distinguió por su gran cercanía hacia Chávez, los Castro, Morales (el de las Evadas), etc. Si como diplomático, que es su carrera, tiene ese ojo clínico, ¿cómo será para el resto?
Si hubiera sido Evo Morales quien se hubiera comprometido a acabar con el hambre, eso hubiera sido otra evada. Habiéndolo dicho un candidato a dirigir la FAO, que además ha llegado hasta la final, el hecho sólo sirve para desacreditar al ya de por sí desacreditado organismo, que sirve más para colocar enchufados y hacer negocios que para resolver problemas.
En España aumenta el hambre. La brecha, en España y en el mundo, entre los altos sueldos y los normales es enorme. La justificación para que ello sea así da risa, porque si los que cobran esos sueldos lo merecieran no estaríamos en crisis. Habrían sabido preverla y sortearla.
El egoísmo que impera en el mundo, cuya expresión política recae en los nacionalismos, hace que erradicar el hambre sea, hoy por hoy, una utopía. Hasta que no desaparezca la plaga nacionalista no hay nada que hacer en esta cuestión.
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