No se debe desear ningún daño a nadie. Tampoco habría que deseárselo a Hugo Chávez. Sin embargo, hay que comprender a los presos políticos venezolanos cuya angustiosa situación pueder terminar en el caso de que el presidente de Venezuela muera.
Ignoro si es el caso de María Lourdes Afiuni, la jueza que está encarcelada por cumplir la ley y no los deseos del dictador venezolano. Puesto que Chávez se ha puesto la etiqueta de izquierdas, este detalle basta para que mucha gente de la izquierda lo defienda, aunque con ello sea insolidaria con la jueza. Hay que recordarles, pues, a estas personas que la ONU ha exigido varias veces la inmediata liberación de la jueza, que está encarcelada y a la espera de un juicio en el que se le piden muchos años de cárcel, por capricho de Chávez.
Es lo que ocurre con los dictadores: su muerte beneficia a muchos.
Por otra parte, el hecho de que haya ido a operarse a Cuba, siendo el suyo, Venezuela, un país tan rico, muestra de modo indisimulable la naturaleza de su régimen. Lo correcto, es necesario decirlo, es que hubiera sido operado en su país, pero a lo mejor no hay médicos suficientemente formados para tratar su dolencia y puede ser también que no se fíe de los que hay, porque es muy odiado en Venezuela. Si su gobierno fuera democrático no tendría esos temores. Hubiera sido intervenido quirúrgicamente en Venezuela, por un cirujano de su país o de cualquier otro que hubiera sido llamado para la ocasión.
El tal Chávez, que llama escuálidos a quienes se le oponen ha demostrado que no los tiene por tan escuálidos, puesto que les teme. Y ahora veremos como se arreglan entre sí sus seguidores, puesto que cualquier agravamiento de su salud puede hacer que alguno decida dar el primer paso, no vaya a ser que se le adelante otro. Pero los escuálidos también están al acecho.
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