miércoles, 20 de julio de 2011

Liberar energías

Fue innegable el auge que tomaron la Comunidad Valenciana y Valencia con la llegada de Eduardo Zaplana y Rita Barberá al poder. Ocurrió lo mismo en Castellón, en donde llegó a haber pleno empleo, y Alicante. La explicación del fenómeno la dio la propia Rita Barberá: se habían liberado energías.
El entusiasmo que se despierta a veces en los ciudadanos hace milagros. Lo que ocurre a menudo con los gobernantes es que se empeñan en demostrar que no merecen el honor de ser considerados los artífices del éxito. A Zaplana hay que reconocerle algún mérito, pero sus abusos son demasiados para enumerarlos aquí. Entre sus culpas está la de endilgarnos a quien le ha sucedido, que ha hecho peor lo malo que heredó. Rita Barberá, que cambió Valencia espectacularmente, se está encastillando en ideas indefendibles, aunque en alguna de ellas, como la prolongación de Blasco Ibáñez, tiene razón.
Esa liberación de energías también se produjo en el caso de Felipe González. Casi toda España se puso a soñar cuando ganó las elecciones. Pero el hombre ya antes había dado indicios de que la cosa no era para tanto. La actitud que mantuvo ante Adolfo Suárez, que llevó a cabo una Transición modélica y llena de riesgos, demostró que es incapaz de reconocer por sí mismo la valía ajena. Mister X, Filesa, Malesa, GAL, etc., le pusieron en el lugar que le corresponde.
José María Aznar llegó al gobierno cuando el estado de la nación no invitaba al optimismo ciertamente y en muy poco tiempo logró que España cumpliera los requisitos del Tratado de Maastricht, cuando el pronóstico era que no lograría ninguno. El éxito le llevó a creérselo y como consecuencia demostró a todos los que quisieron ver que no merecía su sitio en el altar al que parecía abocado.
Esos presidentes de España, y Calvo Sotelo que no ha sido nombrado, tienen una deuda con Zapatero: los ha hecho buenos a todos.


 

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