Algo bueno, dentro de tanto mal como ha hecho, debía tener la crisis del pepino. Quizá ha sido por este motivo que la Comisión de Agricultura de la Eurocámara ha venido a darse cuenta de que los controles que han de pasar las frutas y hortalizas de Marruecos no son del todo fiables. Junto a eso, ha caído en otros detalles que ya estaban antes, como son las condiciones laborales de los agricultores marroquíes o los productos fitosanitarios que se emplean en aquel país.
Marruecos es un país pobre, pero su rey es rico, muy rico. Y además es un dictador sanguinario y tramposo. El hecho de que Juan Carlos I sea muy amigo suyo no cambia las cosas. Mohamed VI no cesa de incordiar a España, ni de reclamar las españolas Ceuta y Melilla, ni de someter al pueblo saharaui. Si Juan Carlos I cuida su amistad con Mohamed VI, porque le conviene, los ciudadanos también tenemos derecho a mirar por nuestros intereses, por lo que no nos interesa la amistad con un dictador.
Cuestión distinta sería si Marruecos se convirtiera en una democracia plena y obedeciera las resoluciones de la ONU, olvidándose de Ceuta y Melilla y abandonando el Sahara.
La agricultura española está tocada de muerte; algunos sectores, antaño muy rentables, como el de los cítricos, están en las últimas. Y todo esto ocurre por la desidia de los sucesivos gobiernos que hemos tenido que han considerado que no merecía la pena hacer ningún esfuerzo por el campo. Jamás, desde el principio de las negociaciones para entrar en la Unión Europea, han hecho ningún esfuerzo para defender a la agricultura española en Bruselas, ni tampoco ha habido ningún motivo electoralista dentro de nuestras fronteras, como sí lo ha sido el AVE, para que los políticos busquen el modo de reactivarla o fortalecerla. Lo que mejor sabe hacer nuestra clase política es subirse al coche oficial y darse importancia. Esperemos que por lo menos sepa impedir, ahora que las circunstancias ayudan, que Marruecos acabe saliéndose con la suya.
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