viernes, 8 de julio de 2011

Humberto Leal, ejecutado en Texas

Habría que imaginar lo que hubiera ocurrido de ser al contrario: que un estadounidense hubiera sido ejecutado en México después de un juicio en el que se hubiera cometido alguna irregularidad. El hecho de ser ciudadano del país más poderoso del mundo tiene el inconveniente de que permite la prepotencia.
Por otra parte, el citado supuesto no hubiera sido posible, dado que la última ejecución que tuvo lugar en México data del 9 de agosto de 1961. En Texas podría darse el caso de que una vez ejecutado el reo, después de que el Tribunal Supremo, por 5 votos a 4, se negara a detener la ejecución, a pesar de que el presidente Obama lo pidió expresamente, se descubriera que era inocente. Eso no hubiera podido ocurrir en México, puesto que el reo no hubiera sido ejecutado. Estados Unidos incumplió un tratado internacional que tiene firmado, y habría que imaginar también lo que hubiera ocurrido en el caso contrario, que fuera México el que hubiera incumplido un tratado firmado con Estados Unidos. La justicia y la prepotencia no hacen buenas migas.
Se escudan en la ley los Estados que todavía mantienen la pena de muerte, algo que les sitúa a la altura de regímenes como los de Irán, Marruecos, Cuba, etc. Los jueces juzgan las pruebas y sentencian según la ley. Lo que ocurre es que el ser humano es imperfecto y como consecuencia de ello muchos de los condenados a muerte son inocentes.
Pero es que aunque no lo sean, el trato que reciben tras la condena y hasta que son ejecutados es cruel, degradante e impropio del género humano. A los encargados de su custodia se les exige que cuelguen el corazón en la puerta de entrada a la cárcel y mientras están trabajando se comportan como gentes sin piedad. ¿Cómo se puede convivir día a día con quien es están condenados a muerte? ¿Cómo pueden abstraerse de su drama y hacer caso omiso a su tristeza y a su pánico? La pena de muerte no sólo degrada al reo, sino también a sus carceleros. Los verdugos, además, son anónimos. Se reconoce implícitamente que es un trabajo deshonroso. Y se les paga muy poco, porque si se les pagara mucho tendrían la vergüenza de ver que formaban largas colas para obtener el puesto.

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