Es conocida la anécdota habida en el encuentro entre Franco y Don Juan, en la que el primero afirmó que no podía confiar en nadie y el segundo respondió que él confiaba por lo menos en cien. Noventa y nueve de esos cien tenían a Franco al corriente de todo lo que decía o callaba Don Juan.
Al parecer, y según cuenta Amparo Tórtola Grau, Francisco Camps se dispone a renovar su equipo y para ello va a elegir personas de su entera confianza. Conviene detenerse en esto; no de la confianza de los contribuyentes, sino de la suya. Y también vale la pena preguntarse si esas personas de su confianza no le van a contar luego a Zaplana todos sus secretos.
Y en este punto es inevitable recordar a Adolfo Suárez, al que todos alaban, pero nadie imita. Viene al caso puesto que no exigía fidelidades a nadie para nombrarle ministro. Famoso es el caso de aquel ministro que solía ir al baño continuamente durante las reuniones ministeriales, para telefonear a Alfonso Guerra y tenerle al corriente de lo que se iba tratando. Se conoce que a Alfonso Guerra le divertían mucho las traiciones. Adolfo Suárez ni se inmutaba por ello, porque tenía fe en sus propias posibilidades y porque se tuvo que dar cuenta de que lo que estaba haciendo él no lo podía hacer nadie más, por lo menos ninguno de los que iba conociendo en el mundo de la política.
Utilizar la lealtad personal como criterio para la selección de colaboradores tiene como resultado que los cobistas acaparen la zona de baile, mientras que quienes confían en sus propios conocimientos y en su capacidad para ponerlos en práctica se aparten de la política. Y al final ocurre que el ruedo político deja de servir para lo que debiera, esto es, para debatir el mejor modo de resolver los problemas y se convierta en un campo de batalla en el que cada grupo lucha por lograr mayor poder. Todo a costa del dinero de los contribuyentes y, lo que es más importante, de sus esperanzas y necesidades.
Al parecer, y según cuenta Amparo Tórtola Grau, Francisco Camps se dispone a renovar su equipo y para ello va a elegir personas de su entera confianza. Conviene detenerse en esto; no de la confianza de los contribuyentes, sino de la suya. Y también vale la pena preguntarse si esas personas de su confianza no le van a contar luego a Zaplana todos sus secretos.
Y en este punto es inevitable recordar a Adolfo Suárez, al que todos alaban, pero nadie imita. Viene al caso puesto que no exigía fidelidades a nadie para nombrarle ministro. Famoso es el caso de aquel ministro que solía ir al baño continuamente durante las reuniones ministeriales, para telefonear a Alfonso Guerra y tenerle al corriente de lo que se iba tratando. Se conoce que a Alfonso Guerra le divertían mucho las traiciones. Adolfo Suárez ni se inmutaba por ello, porque tenía fe en sus propias posibilidades y porque se tuvo que dar cuenta de que lo que estaba haciendo él no lo podía hacer nadie más, por lo menos ninguno de los que iba conociendo en el mundo de la política.
Utilizar la lealtad personal como criterio para la selección de colaboradores tiene como resultado que los cobistas acaparen la zona de baile, mientras que quienes confían en sus propios conocimientos y en su capacidad para ponerlos en práctica se aparten de la política. Y al final ocurre que el ruedo político deja de servir para lo que debiera, esto es, para debatir el mejor modo de resolver los problemas y se convierta en un campo de batalla en el que cada grupo lucha por lograr mayor poder. Todo a costa del dinero de los contribuyentes y, lo que es más importante, de sus esperanzas y necesidades.
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