Resulta fácilmente comprensible que las madres que dan a sus hijos en adopción no deseen ser encontradas luego por éstos. Acaso si no fuera por esta condición muchas de ellas hubieran optado por abortar. También se entiende que haya hijos que deseen, por encima de todo, encontrarlas y que incluso estén dispuestos a perdonar o a comprender que los hubieran dado en acción. Sin embargo, cabe dudar de esa generosidad inicial. Si fueran tan generosos comprenderían que sus madres no deseen ser encontradas y que incluso en algunos casos pueden haber hecho un esfuerzo heroico. Sin embargo, hay otra cuestión en estos casos que requeriría un mayor esfuerzo por parte de la sociedad. Los adoptados pueden tener hermanos. En algunas ocasiones, grupos de hermanos, tras la convivencia familiar, han seguido viviendo juntos en algún orfanato, hasta que han ido siendo adoptados. ¿Por qué se les obliga a perder el contacto entre ellos? Eso es lo que se deduce de algunos de los comentarios que figuran en el artículo que escribí sobre la Casa Cuna Santa Isabel. Los hermanos en ningún momento han manifestado su deseo de perderse de vista unos a otros. Quizá hayan sido quienes los han ido adoptando los que han puesto esa condición. Evidentemente, no es justa. Las autoridades deberían hacer lo posible por ayudar en estos casos. También los hay que no habiendo conocido a sus hermanos, sospechan que los pueden tener. Quizá se pudieran poner anuncios públicos, en los lugares en los que presumiblemente podrían estar los posibles hermanos, por si alguien puede dar alguna pista. Es un asunto que acaso no resulte interesante para muchos, pero para los afectados sí que lo es. Sin embargo, la administración los tiene total y absolutamente olvidados. Me gustaría estar equivocado en este punto.
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