Ayer critiqué que el PSPV contraviniera la legislación al colocar la pancarta electoral junto a las torres de Serranos. Hoy, el editorial de Valéncia hui explica que el PP tampoco tiene miramientos con el patrimonio histórico-artístico ni con las leyes. No voy a decir que en este caso es peor, porque sobre el PP recae la responsabilidad del gobierno, sino igual. Los políticos, de cualquier partido, deberían ser los más escrupulosos cumplidores de las leyes. Son quienes las ponen y quienes las hacen cumplir. Si luego las burlan y lo hacen públicamente y sin disimulos, demuestran de este modo que nos toman por tontos a los votantes. Y ya que ayer hablaba del cartel del PSPV, en el que aparecen juntos J.I. Pla y Carmen Alborch, en plan de igualdad, tratando de embellecer las calles de Valencia, hoy voy a hacerlo con el del PP, en el que aparece Francisco Camps mirando al futuro con confianza. Y se entiende que Camps encare así el futuro. Si no come langosta todos los días es porque no quiere. Y, probablemente, su entorno familiar y amistoso goza de la misma situación. Naturalmente que a largo plazo hay que tener fe en la humanidad. Pero gran parte de ella no tiene ni puede tener ninguna fe a corto plazo. Si Camps fuera capaz de ponerse en el sitio de esos que no tienen ninguna esperanza, quizá tendrá más dificultades para confiar en el futuro. Una nueva prueba, añadida a las anteriores, de la inconsistencia moral de nuestra clase política y de su insensibilidad ante los problemas ajenos la da el escaso interés que han demostrado por Jeliazko Petkov, el búlgaro que dio una lección de honradez y entereza al mundo. Quizá estas lecciones no interesen a los políticos. Algo hubieran hecho, si fueran sensibles a la honradez y a la capacidad de vencer las tentaciones. No digo que le hubieran ofrecido el cargo de concejal de Urbanismo de cualquier ayuntamiento o el de tesorero del partido, pero sí que se hubieran preocupado por aliviar su situación. Claro que a lo mejor no le preocupa a Camps. Él mira confiado el futuro.
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