domingo, 11 de marzo de 2007

El bien común

Dice Justo Serna en su bitácora que el PSOE no parece haber calculado bien a quién tenía enfrente. Yo, en este caso, prefiero ver las cosas de otro modo. Una persona particular (y con lo que voy a decir no pretendo afirmar que Justo Serna odie a nadie y ni siquiera que se lo haya planteado alguna vez) puede odiar a quien le plazca, si decide ocupar su tiempo en ello. Porque odiar requiere tiempo. Pero un político aspira a gobernar, o sea a ocuparse de los asuntos de los demás. De todos. No debe odiar, puesto que no se puede ocupar de los asuntos de alguien a quien odia. Ocuparse de los asuntos de todos significa hacer lo que acabe beneficiando a todos. Dentro de la Constitución española cabe una gran variedad de partidos políticos, cada uno de ellos con su particular forma de resolver los problemas. Habría que suponer (es decir los políticos deberían esforzarse en que fuera así) que todos buscan el bien de la comunidad, cada uno con sus propias recetas, y que creen en la buena fe de sus competidores. Los políticos, que cobran de los ciudadanos y, por tanto, están a su servicio, jamás deberían romper los cauces que permiten el diálogo con sus oponentes. Deberían pensarse las cosas muy bien antes de tratar de imponer su criterio, por muy convencidos de su bondad que estuviesen. Probablemente, en España está ocurriendo lo contrario. Al consenso se llegó sin un convencimiento firme, por lo que se viene viendo, y a partir de él se fue caminando sin prisa, pero sin pausa, en la dirección contraria. De Juana es un guiñapo humano, su excarcelación es injusta y probablemente inoportuna. Los pormenores de la misa servirán para hundirlo más, si cabe, en la ciénaga. Su hundimiento moral, y el de quienes lo apoyan, es evidente. Nunca debió servir de excusa para que se enfrentaran los dos grandes partidos. Uno de ellos, al menos, debió saber ceder.

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