domingo, 15 de abril de 2007

Felipe, el pacificador

Ha estado en Valencia Felipe González, el otrora llamado Dios por quienes le debían algo. Dada su gran perspicacia, enseguida ha detectado que en España hay crispación y se ha impuesto la tarea de acabar con ella. Para conseguirlo nada hay mejor que averiguar de quién es la culpa. Para él no hay dudas, es de la derecha, que, aviesa, trata de desmotivar al voto progresista, que puesto que por ser más crítico tiene más tendencia a no votar. Una vez establecida de quien es la culpa de la crispación queda el tratamiento para acabar con ella. Él sabe como parar al toro de la derecha, dice, para torearlo después. No consta que hablara del estoque. En sus tiempos presidenciales trató de parar la crispación de entonces afirmando que Aznar y Anguita son la misma mierda. Dice que actúa por su cuenta, fuera de la disciplina que le impone “el Pepiño” (sic). González que en otra ocasión había dicho que Vera pagó por una cacería que iba contra él, no explicó entonces los motivos por los que no le sustituyó en la cárcel. En Valencia tampoco faltó la referencia jocosa, que llegó cuando se refirió a que en su época hubo algunos casos de corrupción, pequeñas muestras de lo que se ve hoy en día. Junto a la estrella del mitin estuvieron Carmen Alborch, candidata a alcaldesa y J. I. Pla, de quien la propia Alborch dijo en otro mitin que sería el próximo presidente de la Generalidad, “si Dios no lo remedia.” Pla trató de arreglar el asunto corrigiéndola: “si Dios quiere”.
El maniqueísmo de Felipe González se podría acabar pronto. Bastaría con que se comparara la situación holgada de la que disfruta ahora con aquella en que el partido le tuvo que comprar un traje, porque él no podía hacerlo. Supo ahorrar luego y logró comprarse una mansión. Pero el dinero que iba ahorrando mes a mes no se lo pagaban sólo los progresistas. Procedía y procede de todos los españoles. Si tuviera que devolver la mitad de la mansión, la mitad de lo ahorrado y la mitad del sueldo que cobra ahora, de repente descubriría que los demás también son personas y quizá comprendería los motivos por los que cada vez que sale a escena un ex presidente, el personal recuerda con gratitud a Adolfo Suárez.

1 comentario:

Anónimo dijo...

interesante