Vivir consiste en enterarse de lo que ocurre, no de lo que le ocurre a uno, que también, sino del discurrir de la vida en general y en tratar de colaborar para vayan mejor o, en cualquier caso, para no empeorarlas. Hacer lo contrario, vivir a costa de los demás, tratar por todos los medios de no aportar nada o lo menos posible, o hacer todo el daño que se pueda, es no vivir. Quien no vive tampoco quiere que lo hagan los demás. Captar lo que ocurre en la vida es darse cuenta de qué cosas merecen la pena y cuales son intrascendentes. En el mundo en el que vivimos a menudo se premia a personas, cuyo mérito a veces es muy discutible, por hazañas que quizá no lo sean tanto. Nos olvidamos, sin embargo, de quienes cantan a la vida con su generosa y encomiable actitud. Hay personas a las que obliga la naturaleza a un esfuerzo y lo hacen. Me refiero a los pintores con la boca y con el pie. A pesar de todas las dificultades logran encontrarle gusto a la vida y nos lo muestran con sus creaciones. Muchos son los que gozando de toda su integridad física jamás alcanzarán la sensibilidad, el gusto por la perfección y las ganas de vivir de estas personas. Junto a ellas también están otras. Un terrorista puede cometer un atentado y ver más tarde como le dedican una calle. Su víctima, si sólo ha salido lisiada, puede luego esforzarse por rehacer su vida y ser criticada por quienes piensan políticamente de otro modo. ¿Luchan por la justicia los políticos? No se vislumbra una especial atención al mundo de estos verdaderos héroes. No se miran especialmente los méritos de las personas. Sino que los políticos más bien se fijan en aquellas cosas que dan votos y, por tanto, les pueden proporcionar una poltrona. Así, los hay que venden humo, a veces muy negro e insalubre, y tampoco faltan los que viéndose a sí mismos en lo más alto del escalafón moral, ignoran sin embargo la existencia de estas personas.
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