Se pretende recuperar el espíritu de Ermua. Ojalá fuera posible, pero aquello fue algo que surgió espontáneamente, de forma inevitable, puesto que durante dos días estuvo todo el mundo en vilo, esperando el infame asesinato, que se produjo a la hora prevista y del que sus autores están muy satisfechos. Pero ya dijo alguien que toda esa ola de indignación pasaría y volvería la calma habitual. Luego de matar a Miguel Ángel Blanco mataron a muchos más. Los etarras no saben vivir sin matar. La banda sigue teniendo mucho apoyo social. Hay un cristalero que no sólo logra un préstamo de un banco para establecer su negocio (y esto viene a indicar que ese banco ha pensado que si le hubiera denegado el préstamo hubiera perdido muchos clientes y quizá hubiera sido también víctima de un atentado), sino que además parece ser que vende muchos cristales o, por lo menos, no hay ninguna noticia de que se haya visto obligado a cerrar la tienda. Ahora hasta se le pide al Foro Ermua que cambie el nombre. A quienes tratan de mantener viva la memoria del concejal asesinado se les acusa de querer crispar. Hay quien pide que se deje de hablar de ETA, para que sean los profesionales quienes hagan la labor. Pero después de tantos años de existencia, la ignominia se ha enquistado entre nosotros. Es inevitable que en las tertulias, en las conversaciones privadas, en todas partes en suma, se comente lo que concierne a ese maldito asunto. Han declarado el fin de la tregua y ya estamos todos asustados. Aunque no mataran a nadie, ya tienen lo que quieren. Pero matarán porque están viciados. Lo harán en cuanto crean que les conviene. Con ETA se acabará el día en que todos los partidos decentes se pongan de acuerdo. Quizá ahora unos piensan en recoger nueces y otros que la banda no podrá ganar nunca unas elecciones y que, por tanto, el rival es el otro. Si no existieran cálculos más o menos parecidos a estos entre los partidos, ETA no hubiera podido sobrevivir durante tanto tiempo. Ojalá todo el mundo se olvide del partido al que vota y recupere al unísono aquel clamor que se denominó espíritu de Ermua.
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