Las negociaciones entre los estados miembros de la Unión Europea guardan muchas semejanzas con las actuaciones de las Comunidades Autónomas españolas. Todos defendiendo sus intereses egoístas y nadie mirando por el bien común. Si la Unión Europea hubiera estado más consolidada y hubiera tenido un Ministro de Asuntos Exteriores, no es probable que se hubiera producido la invasión de Iraq. Sin embargo, no se ha podido conseguir que haya un Ministro de Asuntos Exteriores. En modo alguno le interesa al Reino Unido perder los privilegios que tiene gracias a su alianza con EE.UU. Pero la Unión Europea no busca enemistarse con EE.UU., los motivos por los que podría surgir alguna discrepancia no son suficientes para hacer romper las relaciones de ninguno de los estados miembros con la primera potencia. Pero no ha sido el Reino Unido el único país en poner trabas y en obligar a rebajar el listón para que sea posible el acuerdo, que por otra parte hay que agradecerle a Angela Merkel. Tanto es así que al final todos han dicho que han ganado, puesto que todos han conseguido hacer dar un paso atrás, cada uno el suyo, los objetivos propuestos. Como consecuencia, habrán ganado las naciones, pero hemos perdido los ciudadanos, que somos quienes vivimos en ellas. Y quizá pudiéramos haber salido aún peor parados. Hay quien se queja de la escasez de líderes, haciendo notar la mediocridad imperante en la política actual. Pero de haber habido algún líder, bien hubiera podido ocurrir que fuera contrario a la Unión y hubiera hecho lo posible por desbaratarla. Siendo más bien esclavos del poder, se conforman con hacer lo que se espera de ellos, luchar por privilegios que al final no son tales. Porque el verdadero privilegio ahora consistiría en tener un Estado verdaderamente fuerte, que sirviera de garantía para que nuestros logros sociales pervivan y para tratar de expandirlos por el mundo.
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