No se pueden muchas cábalas acerca del regreso de Rodrigo Rato, puesto que son pocos los datos de los que se dispone. Acaso, lo que menos azaroso resulte pensar es que se aburre en el F.M.I. Su vuelta a la política resulta difícil en el supuesto de que sólo se conforme con el número uno, lugar en el que está instalado Mariano Rajoy, sin que se le vislumbren deseos de abandonarlo. Tan es así, que presumiblemente no ha planteado la batalla para configurar un equipo de su estilo porque no debe de estar seguro de ganarla. Esto viene a indicar que lo que pretende, por encima de todo, es volver a ser candidato presidencial. En el caso de que finalmente perdiera las elecciones sí que tendría que quitarse Rajoy de en medio, lo que otorgaría alguna posibilidad a Rato. Pero tampoco lo tendría fácil, ya que hay otros aspirantes al puesto. Algunos no se recatan en anunciar sus ambiciones y a otros se les ve venir con el Arte de la Prudencia bajo el brazo. Todos son duros, llevan tiempo en el mundo de la política, triunfando, y no le va a resultar fácil a Rato pasar por encima de ellos. Hay otros que sobran, pero se resisten a irse; conservan poder en el partido y esperan jugar su última carta; acaso puedan decantar la victoria a favor de uno o de otro y ello les garantice la continuidad. Pero también puede ocurrir, puesto que estamos en la política española, de listas cerradas, que logren tener gran influencia en el desenlace algunos de los grandes financieros del país. Rato tiene cualidades (él dijo “ingredientes”) para ser presidente del gobierno, pero también debe de tener una gran inseguridad en sí mismo, puesto que no tolera la discrepancia, exige la sumisión a sus colaboradores. Estos “ingredientes”, entonces, no están bien sazonados ni cocinados. Al menos, le falta un hervor. Pero tampoco es cierto lo que le dijo un correligionario suyo en los tiempos del felipismo: “Porque entre Solchaga y tú, tú, tú mismo, escogerías a Solchaga”. Quien dijo eso ha tenido tiempo de tragarse sus palabras, de rumiar su error.
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