sábado, 3 de abril de 2010

Carta de P.M., de Sant Celoni

En su edición de hoy, El Periódico publica una carta firmada por P.M., de Sant Celoni, en la que cuenta que su hijo de quince años padece fragilidad emocional y sus compañeros de clase, en lugar de mostrarse como personas civilizadas y sensibles, sacan su lado silvestre, y optan por reírse a costa de esta debilidad.
Estas cosas pueden tener consecuencias graves: Hace poco el joven estuvo desaparecido durante ocho horas. Como se puede suponer, el salvajismo de los responsables sigue su curso. Si ellos, o sus padres, fueran personas responsables, hubieran hecho un ejercicio de autocrítica y hubieran tratado luego de compensar su error ayudando a su víctima a recuperarse de aquellos malos tratos. Sin embargo, todos han escurrido el bulto.
¿Qué decir, por otra parte, de un colegio, en el que sus alumnos no saben que toda unanimidad es, por principio, sospechosa? No vale escudarse en el hecho de que lo hacen todos. Cada uno, cuando perpetra una atrocidad de estas, debe saber que es él quien la lleva a cabo, los demás no cuentan. No se puede obligar a nadie a que se sume a un linchamiento, teniendo en cuenta, además, que todos los que lo hacen son cobardes.
Siempre que se produce un linchamiento, hay alguien que podría pararlo inmediatamente y no lo hace. Y hay otros que podrían haber evitado que se llegara a estos extremos y optaron también por la comodidad. El padre Jofré, en una época mucho más difícil, optó por no callar, pese a que en aquel tiempo no se disponía del caudal de conocimientos que hay ahora sobre la mente humana, ni de tantos argumentos para convencer a los acosadores.
Lógicamente, no estoy diciendo que este joven esté loco, sino que el hecho de callar ante los episodios de acoso no tiene defensa. Por otro lado, nunca se sabe que decisión puede tomar el acosado. Ni que secuelas deja el acoso en su interior.

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