jueves, 22 de abril de 2010

Corbacho, en su papel

Celestino Corbacho, ministro de Trabajo, ha dicho en Washington que el paro en España es endémico. Esperar otra cosa de él hubiera sido como pedir peras al olmo. Corbacho defendió las políticas de su gobierno para luchar contra el desempleo y añadió que no se puede cambiar en dos años una realidad que se prolonga durante treinta.
Las palabras se pueden utilizar para ocultar los pensamientos, de ahí que convenga fijarse en los hechos, y éstos demuestran que al gobierno de Zapatero no le importan mucho los parados. El estallido de la burbuja inmobiliaria española, principal responsable de nuestra crisis, era perfectamente previsible, lo que ocurre es que nadie lo quería ver; y el que más obligación tenía de preverlo era el gobierno, lo que ocurre es que Zapatero tenía otras preocupaciones: a cualquiera que se pusiera por delante, viniera o no a cuento, le contaba que a su abuelo lo habían fusilado. Lo que importaba a Zapatero no era el bienestar de los ciudadanos, sino hacer cumplir sus designios, no en balde se le tiene por iluminado. Tan poco le interesan los parados a Zapatero que ya llevábamos dos años en crisis y aún la negaba por motivos electorales, y a quien la nombrara lo tildaba de antipatriota.
Celestino Corbacho, ministro de Trabajo, hubiera sorprendido favorablemente si hubiera dicho que con la actual tasa de paro es indecente el derroche de la clase política. La casta política mira con lupa las peticiones de la gente modesta, una beca comedor o una ayuda para una silla de ruedas, pongamos por caso, pero abona sin rechistar las facturas que presentan los diputados, sea cual sea su índole. Hay una cantidad de políticos y asesores desorbitada, con unos gastos asignados que causan sonrojo, y simplemente con que se redujera a la mitad el dinero que los políticos cuestan a España, el paro se reduciría en gran medida. Pero a Corbacho no le pagan por decir obviedades.

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