Según publicó el diario El País, en su edición de ayer, en un artículo firmado por Anabel Díez, referido a Baltasar Garzón, Felipe González dijo textualmente "Con el debido respeto a la independencia de la justicia, lo que está ocurriendo es cuando menos inexplicable; y lo que no se puede explicar no puede ser justo. Por tanto, lo que está pasando me parece injusto ya, antes de que haya un pronunciamiento". De enganchar una contradicción con silogismos falsos, como hace él, es capaz cualquiera.
Al contrario de lo que afirma (aunque al menos se da cuenta, lo que no ocurre en el caso de Zapatero), no respeta la independencia de la justicia, porque si la respetara no hubiera dicho las tonterías siguientes. Además, fue su gobierno el que acabó con la independencia de la justicia, y de ahí proviene el esperpento actual.
Lo inexplicable, González, fue lo que ocurrió con Marino Barbero. Eso de sacar la luz pública sus problemas para pagar la hipoteca sí que fue un golpe bajo. Marino Barbero vio entonces que estaba indefenso ante los poderosos. No se supo quien había filtrado la información y probablemente ni siquiera se investigó. No se organizaron manifestaciones a favor de Barbero.
Inexplicable fue también lo que se hizo a Javier Gómez de Liaño, proceso en el que tuvo que ver su hasta entonces amigo Baltasar Garzón. Gómez de Liaño, según el Tribunal de Estrasburgo, no tuvo un juicio imparcial. Tampoco se organizaron manifestaciones en su favor.
Felipe González, experto en hacer parecer justo lo injusto, dice que lo que no se puede explicar no puede ser justo, pero el apelativo de inexplicable lo ha colado él por cara. Sí que se afanó en su día para explicar el atropellado modo de expropiar Rumasa, y luego el regalo de Galerías Preciados a Carlos Slim, entre otras cosas.
Debería saber Felipe González que sin justicia no puede haber democracia, de modo que, por encima de todo, habría que salvaguardar la independencia y el prestigio de los tribunales. Si le interesa la democracia, claro.
Al contrario de lo que afirma (aunque al menos se da cuenta, lo que no ocurre en el caso de Zapatero), no respeta la independencia de la justicia, porque si la respetara no hubiera dicho las tonterías siguientes. Además, fue su gobierno el que acabó con la independencia de la justicia, y de ahí proviene el esperpento actual.
Lo inexplicable, González, fue lo que ocurrió con Marino Barbero. Eso de sacar la luz pública sus problemas para pagar la hipoteca sí que fue un golpe bajo. Marino Barbero vio entonces que estaba indefenso ante los poderosos. No se supo quien había filtrado la información y probablemente ni siquiera se investigó. No se organizaron manifestaciones a favor de Barbero.
Inexplicable fue también lo que se hizo a Javier Gómez de Liaño, proceso en el que tuvo que ver su hasta entonces amigo Baltasar Garzón. Gómez de Liaño, según el Tribunal de Estrasburgo, no tuvo un juicio imparcial. Tampoco se organizaron manifestaciones en su favor.
Felipe González, experto en hacer parecer justo lo injusto, dice que lo que no se puede explicar no puede ser justo, pero el apelativo de inexplicable lo ha colado él por cara. Sí que se afanó en su día para explicar el atropellado modo de expropiar Rumasa, y luego el regalo de Galerías Preciados a Carlos Slim, entre otras cosas.
Debería saber Felipe González que sin justicia no puede haber democracia, de modo que, por encima de todo, habría que salvaguardar la independencia y el prestigio de los tribunales. Si le interesa la democracia, claro.
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