sábado, 19 de junio de 2010

Fusilar a un condenado a muerte

Sobre las cárceles, más que sobre ningún otro lugar, se puede decir aquello de que “ni son todos los que están, ni están todos los que son”. Las leyes son humanas y, por tanto, son imperfectas. Por las calles, y muchas veces recibiendo el tratamiento que se dispensa a quienes se les supone una rectitud moral, desfilan personajes deleznables, que han hecho de la traición y el oportunismo su modo de vida. Hay conductas que la justicia humana no puede perseguir. También los hay que han cometido delitos que sí están penados, asesinatos o robos, pero la justicia no ha conseguido descubrirlos.
En lo que respecta a las cárceles, se sabe, porque se viene demostrando continuamente, que hay presos que son totalmente inocentes. Aparte de que las leyes son imperfectas, también lo son los jueces, los policías y los abogados. En este estado de cosas establecer una pena que no tiene vuelta de hoja es una injusticia añadida. Aunque se sepa fehacientemente que el reo es culpable, y él lo reconozca, no se arrepienta e incluso se sepa que si pudiera asesinaría a más gente, matarle es una injusticia. Y lo es porque la justicia, como se ha dicho, no se puede aplicar a todos, e incluso es probable que otros tan asesinos como él queden impunes. Por otro lado, la sociedad que acepta la pena de muerte se pone a la altura de los asesinos. Mata porque puede matar.
La pena de muerte fomenta además la hipocresía. Los verdugos son anónimos. ¿Por qué no se atreven a decir su nombre si es la sociedad en la que viven la que impone la pena capital? El Estado se desentiende, al escudarse en el entramado legal; también hacen lo mismo los jueces y los jurados. Pero todos son cómplices directos, unos más que otros. El colmo de la hipocresía se da con los fusilamientos. Una de las cinco balas de los cinco tiradores es de fogueo, pero no nadie sabe cuál es, para que todos puedan pensar que era la suya y evitar con ello el sentimiento de culpa. Pero los cinco se presentaron voluntarios para matar. Y fue el Estado quien pidió los voluntarios.

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1 comentario:

Leona catalana dijo...

Estoy en contra de la pena de muerte. Como dices, es rebajarse al nivel de los asesinos y ante la inutilidad de todos los estamentos, es obvio que hay innumerables inocentes, tal como se ha demostrado, muchas veces, cuando ya era demasiado tarde.

Además, está comprobado que su uso no sirve para evitar los crímenes, con lo que supone realmente una injusticia además de una aberración, por no decir de la hipocresía que tú mismo apuntas con un fusil cargado con munición de fogueo y la ocultación del verdugo en otros medios.

¿Voluntarios?... en este caso, la munición de fogueo se la pueden ahorrar...