Basta con fijarse en la tarea que emprendió el ya casi ex presidente colombiano al principio de su mandato para hacerse una idea del personaje. Conviene recordar que en México se tiene por imposible vencer al narcotráfico. Quizá en Colombia fuera más fácil, pero no mucho más. Hoy los colombianos tienen mucha mayor autoestima que en los tiempos anteriores a Uribe. ¿Cabe decir algo más?
Un error se le puede reprochar y es el de haber pretendido una segunda reelección, cosa que impidió la Corte Constitucional. Dicen los observadores que en la Argentina de Kirchner eso no hubiera podido suceder. ¿Y en España? De la Vega abroncó a la presidenta del Tribunal Constitucional y Zapatero, indirectamente, a todo el Tribunal, especialmente a quienes no obedecen sus órdenes de inmediato.
Álvaro Uribe ha contado con el apoyo de Estados Unidos, cosa a la que se agarran algunos de sus envidiosos antecesores, que dejaron el país hecho unos zorros, pero ha tenido que soportar que los gobiernos de los países vecinos ayuden a los narcoterroristas. Alguna experiencia parecida tenemos también los españoles, de épocas pasadas, en las que nos causaba gran frustración que a los etarras les bastase cruzar la frontera con Francia para escapar de la justicia.
El gesto de Uribe de cruzar la frontera con Ecuador para cazar a un grupo de narcoterroristas, parecía muy arriesgado, pero jugaba sobre seguro: sabía quiénes eran y que lo podría demostrar. Con ello, la responsabilidad pasó a Rafael Correa, que con su actitud viene a reconocer tácitamente que ampara a los narcotraficantes, al igual que el grotesco Hugo Chávez. Los resultados son lo que son. Argentina, baja; Venezuela, se hunde; de Bolivia no va a quedar más que el nombre; en Ecuador crece la desesperanza; Colombia, sube, triunfa, sueña. Cualquier presidente de cualquier país del mundo firmaría a priori con conseguir lo que Álvaro Uribe.
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