Según una encuesta del Instituto de Estudios Fiscales, un gran número de españoles justifica el fraude. No es necesario poner cifras. Pero si es necesario advertir que no es probable que la clase política se sienta culpable por ello, más bien pensará que es una carga con la que ha contar para llevar a cabo su benemérita labor en pro de la patria, o de la ciudadanía, locución que ahora se estila más.
Hay que decir también que Hacienda controla minuciosamente a quienes perciben todos sus ingresos por vías oficiales. Por lo menos, a una gran parte de ellos; es posible que quienes perciben cantidades más altas tengan más posibilidades de burlar la vigilancia. Tampoco se sabe si la clase política es vigilada con el mismo celo, puesto que se tiene noticia de que el patrimonio de algunos prebostes ha aumentado considerablemente, al tiempo que se hace saber que de forma legal. ¿También moral o ética?
Conviene apuntar, además, que en España hacer la pregunta ¿lo quiere con IVA o sin IVA? es un acto impune. Lo mismo da que sea una reparación de 30 euros que una gran reforma de la vivienda. O una visita al médico. Es decir, si todos tuvieran las mismas posibilidades de defraudar a Hacienda, probablemente, el número de los que justificarían el fraude sería mucho mayor.
Si volviéramos a fijar la mirada en nuestros políticos, esos que se desviven por nosotros, nos podríamos percatar de que gastan el dinero de nuestros impuestos como si tuvieran todos los derechos sobre él. He aquí, pues, un indicio del por qué los españoles sienten poca simpatía por Hacienda. Al mismo tiempo que se recortan salarios y prestaciones indispensables, la clase política española derrocha a manos llenas por otro lado. Hay una gran cantidad de subvenciones, gastos y obras, acometidas generalmente a discreción por quienes tienen potestad para ello, que, lógicamente, son vistas con recelo por los contribuyentes.
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