Un funcionario español, actuando en nombre del Reino de España, tenía contratados por un mísero sueldo a varios extranjeros para arriesgaran su vida, infiltrándose en bandas criminales que operan en países africanos, con objeto de que pasaran información útil para la policía española y, por tanto, para nuestro país. Lógicamente, el trato con estas personas incluía alguna bagatela más, estipulada de modo verbal.
La cuestión es que, se cuenta en las páginas 631, 632 y 633 de El Palestino, hubo cambios en la dirección y el nuevo encargado de la cosa se negó a hacerse cargo de las promesas de sus antecesores. Por este motivo, el funcionario indicado anteriormente se desvinculó del Estado. Los espías quedaron a su suerte. Cabría preguntar si Zapatero se enteró del asunto.
A los ciudadanos no les puede extrañar este comportamiento, puesto que hemos detectado muchos similares en la clase política. De no ser así, se le podría preguntar a Pepiño Blanco con qué autoridad hablaba de la deslealtad de Aznar, o de quien sea. Pueden alegar que no ha sido el gobierno el que ha abandonado a su suerte a aquellas personas que hacían tanto por España, porque arriesgaban sus vidas y quizá la haya perdido alguno, a cambio de tan poco, sino una persona dependiente del gobierno. Pero es que una persona capaz de comportarse de este modo no debería poder acceder a esos cargos de tanta responsabilidad. Si ha podido llegar es porque se desenvuelve entre gente que es igual que él.
Qué lejos queda aquello de que “más vale honra si barcos que barcos sin honra”. Quizá todavía se enseñe en algún colegio. Pero la realidad de España, según se ha visto en citado episodio, es bastante penosa. Si un español decente se tropieza con uno de estos valientes africanos no tiene más remedio que bajar la cabeza, avergonzado.
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