Hoy es el día en que nacieron Zapatero y Obama, con la salvedad de que el español lo hizo un año antes. Esta coincidencia es lo único que tienen en común. Obama ganó sus elecciones limpiamente, después de derrotar primero a la gran rival que fue Hillary Clinton, y superar, merced a su esfuerzo imaginativo y su determinación las grandes dificultades con las que partía de antemano. Nada que ver con el modo en que Zapatero derrotó a José Bono, en primer término, y a Mariano Rajoy dos veces (no es lo mismo, pásalo; ni hay crisis ni la habrá).
Las profecías de Leire Pajín (¿qué sabrá ella de los problemas de los obreros?), dan en hueso. La chica no se ha fijado bien. Obama trata de hacer grande a su país, impulsa las reformas que cree necesarias, trata de establecer y consolidar la seguridad social; los españoles, que la tenemos de antiguo, tememos perderla. A Zapatero no le importa hundir a su país, cree que con ello le hace daño a la derecha. Nos dijo que el acontecimiento planetario iba a asombrar al mundo y en eso acertó, el asombro va en aumento: Quousque tandem abutere, Zapatero, patientia nostra?
Obama se encontró con una crisis, en la que no tuvo arte ni parte. Y tomó medidas, buenas o malas, de inmediato. El gobierno de Zapatero se encargó de hinchar la burbuja inmobiliaria hasta el límite de lo inverosímil. Es verdad que contó con la colaboración de botarates cuyos sueldos no tienen nada que envidiar al de Leire Pajín. Y ahí está el resultado: bancos convertidos en agencias inmobiliarias, cajas de ahorros rodando por la torrentera, ayuntamientos en quiebra, etc. Zapatero no tomó medidas, hasta muy tarde, por motivos electorales; las medidas son malas.
Ahora nos hemos enterado de que Zapatero corre diez kilómetros todos los días. Lo de Aznar, su antecesor, son las flexiones: tropecientas cada día. Eso sí que lo saben hacer bien. El Palau de les Arts Reina Sofía, falto de las subvenciones que sí que dan a otros centros similares, ha aprovechado la ley de reforma laboral para despedir a un buen número de trabajadores. Incomprensiblemente, Helga Schmidt no está entre ellos. Como el acontecimiento planetario no acabe pronto, nos vamos a tener que cagar en alguien.
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