En la actualidad se ha vuelto a plantear la posibilidad de privatizar el control aéreo, como si ello fuera la panacea mediante la cual todo iría mejor. Pero ese supuesto no es cierto. Y menos todavía en España.
Hay empresas privadas, cuyo porvenir parecía espléndido no hace mucho tiempo, que en la actualidad están al borde del colapso. Y lo están por evidente falta de creatividad y previsión de sus dirigentes. Como consecuencia han despedido trabajadores, han aplicado una política de supervivencia, con el objetivo de esperar tiempos mejores y sin aplicar medidas innovadoras o creativas, porque no las tienen y porque de improvisar alguna sería, más que arriesgada, temeraria. No obstante, y dado que es lo que suele ocurrir, lo más probable es que muchos de los dirigentes de este tipo, después de hundir o de estar a punto de hacerlo las empresas que dirigían, logren mejorar su situación profesional pasando a otras empresas. En España hay un culto excesivo al poder; cuando un torpe alcanza alguna cumbre ya es muy difícil que se baje, incluso serán muchos los que alaben su inteligencia.
Hay que contar, por otro lado, con la configuración política española que hace imposible la comunicación entre los partidos, inmersos como están siempre en la lucha sin cuartel por el poder. Cuando se ponen de acuerdo para alguna cosa siempre es por interés de ellos, de los partidos, y no de los ciudadanos. Si fueran capaces de establecer acuerdos de Estado, podían sentar las bases para el correcto funcionamiento del control aéreo, atendiendo primordialmente al interés de los ciudadanos. Parecidos acuerdos de Estado serían convenientes en muchas otras áreas. Que sea un organismo estatal no significa que no pueda ser gestionado correctamente. Durante muchos años, Correos, estatal siempre, fue un ejemplo de eficiencia.
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