En
medio de una enconada discusión con uno de sus clientes más ricos,
el bancario cambió su táctica y, en lugar de un diferencial, le
ofreció un tipo fijo: ¡Che, te lo dejo en el x %!, y el cliente
aceptó de inmediato.
Cuando
lo contaba, el bancario incluía una apostilla: No se dio cuenta de
que le ofrecí medio punto más del que pedía, y a continuación se
reía como un conejo. Es posible que este bancario vaya a la cárcel,
yo no lo sé, pero para el caso es lo mismo. El mal lo lleva dentro.
Quien tima a un cliente no puede ser considerado como trigo limpio.
Estos
tipos suelen llegar muy lejos en la banca, quizá porque el negocio
consiste en ser más listo que los clientes. Algunos bancarios
podrían ser considerados como banqueros, puesto que actúan como si
fueran los amos. Y de repente el Banco de España se acuerda de que
tiene una función y se pone a ejercerla y viene la zozobra para
muchos.
Los
banqueros suelen tener mala fama, pero lo que suele preguntar la
gente es si fue antes el huevo o la gallina. No es probable que el
cliente citado antes se dé cuenta de que lo han timado. Y no lo es
porque él prefiere quedarse con la idea de que, tras una ardua
discusión consiguió una rebaja sustancial en el tipo de interés.
¿Por
qué la gente huye de lo racional y se deja seducir por lo aparente?
¿Por qué la gente que se empeñó en votar al desastre que fue
Zapatero se cree luego que con cambiar el voto optando por Rajoy está
todo resuelto?
El
negocio bancario es imprescindible y podría ser muy honrado o
lógico. Pero los bancos, como los demás establecimientos, han de
adaptarse a los clientes. Si los banqueros son de tal modo, los demás
no somos inocentes.
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