Se
ha hablado por algún sitio de que se iba a quitar la merienda a los
presos. No me extraña. A los donantes de sangre se les ha quitado el
bocadillo. La cuestión es la siguiente: los bocadillos son mucho más
pequeños y su número es limitado. Los donantes que llegan cuando ya
no hay, no tienen.
Si
se les quita a los donantes de sangre, no debe extrañar que se les
quite a los presos. Ahora bien, convendría tener en cuenta algo en
lo que todo el mundo debe estar de acuerdo: muchos de los presos no
son peores personas que los que estamos en la calle. Si sus
condiciones de vida hubieran sido normales, algunos de ellos podrían
haberse incorporado a la oligarquía, o ser tenderos, o empleados o
tener profesiones liberales. Otros delincuentes son realmente malos,
a nadie se le ocurre pensar que puedan ser recuperados para la
sociedad, y sin embargo las leyes les otorgan esa posibilidad.
Las
leyes españolas y nuestro sistema penal no están orientados hacia
la venganza, dicen, sino hacia la reinserción. Lo que ocurre es que
para conseguir que los presos estuvieran en condiciones psicológicas
de integrarse normalmente en la sociedad haría falta gastar un
dinero que no hay, de modo que el asunto se queda en una declaración
de intenciones. A los asesinos vocacionales, no obstante, les viene
muy bien.
En
la vida se cometen actos moralmente peores que los que han llevado a
muchos a la cárcel, pero es que las leyes no pueden preverlo todo.
Se cometen muchas traiciones y villanías en la vida ordinaria.
Traiciones y villanías que o bien quedan impunes o bien generan
venganzas igual de viles que los actos que las motivaron.
No
me parece bien que a los criminales vocacionales se les permitan las
cosas que se les permiten en las cárceles españolas, pero tampoco
me parece bien que la vida de los presos comunes se endurezca más.
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