Andrea
Fabra dice que su gesto fue impropio, pero que no dimite. Y es lógico
que no dimita. Lo propio de los Fabra es que no dimitan. Eso es lo
que viene demostrando el padre, Carlos Fabra, puesto que las
circunstancias y el mundo entero aconsejan su dimisión y no llega.
Tampoco
le destituyen y este detalle es una prueba más del déficit
democrático que padecemos. Lo correcto, después de que Andrea Fabra
fuera cazada diciendo su barbaridad, era que presentara su dimisión.
No ha ocurrido así, y, sin embargo, ha comparecido su padre ante los
medios para alabar las convicciones éticas de su hija. No podía ser
de otro modo: de tal palo, tal astilla.
Paralelamente,
se ha dado a conocer que Andrea Fabra cobra un suplemento de 1823
euros mensuales para que pueda costearse sus desplazamientos a
Madrid, puesto que es diputada por Castellón. Pero no reside en esta
ciudad, sino en Madrid y esto explica también la facilidad con la
que los políticos se reparten el dinero de los contribuyentes.
Lo
que dicen que hace Andrea Fabra también se le atribuyó en su día a
la entonces esposa de Felipe González, que era diputada por Cádiz,
lo que le permitía cobrar el mismo suplemento, a pesar de que vivía
en La Moncloa y la llevaban a los plenos en coche oficial, o sea que
le pagábamos el desplazamiento dos veces. Felipe González también
hablaba de ética y nos explicaba que sacar del seguro las recetas
que había hecho un médico privado era corrupción. Los corruptos
siempre son los otros.
La
discusión sobre la tontería de Andrea Fabra ha derivado hacia
asuntos que no tienen que ver: Si se refería a los parados o si los
destinatarios de la misma eran los diputados del PSOE. En cualquiera
de los dos casos demuestra que no merece ser diputada. Rajoy, que ha
sido capaz de recortar tanto, no se atreve a mandarla a casa.
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