A
Anasagasti, por supuesto. Toda una vida dedicada al cuidado y
modelado de su pelambrera. Si alguien le toca un pelo, a continuación
se ha de enterar de lo que vale un peine. O una ensaimada. La de
Anasagasti, desde luego. La ensaimada más famosa del mundo no es la
de Mallorca. Es la de Anasagasti.
Una
ensaimada como la suya bien merecería que se la inmortalizara
mediante un holograma o algo similar. Habría que verla de cerca, de
lejos y desde todos los ángulos posibles, ya que se trata de una
pelambrera muy trabajada, a la que se le ha sacado el máximo
partido. Debería servir como ejemplo para aquellos que tienden a ver
sus metas como imposibles. En la ensaimada pueden contemplar una
cabellera indómita convertida en una obra de arte. Tan solo falta
que le pongan colorines con un pincelito.
Claro
que en este caso sería mucho más famoso de lo que ya es y no podría
andar por la calle. Tampoco le atenderían cuando recitase esos
discursos tan enredantes que tiene por costumbre largar. Porque una
cosa es que tenga facilidad para enredar cabellos y consiga una obra
artística, en una superficie que tampoco ayuda mucho, y otra muy
distinta que consiga enredar bien las ideas. Cuando habla sólo le
pueden creer aquéllos que se empeñan en creerle. Es posible que con
el peine, o con el cardador o con el artilugio que use, debe de tener
unos movimientos automatizados que siempre le salen bien. Pero la
lengua no la tiene igual de adiestrada y lo que le sale
automáticamente es la palabra fascista. Y, claro, los mayores
fascistas que hay en España son los etarras y luego los
nacionalistas, de modo que el insulto se vuelve contra él.
Es
triste que una obra de artesanía, como es la ensaimada, adorne a un
hombre de las características de quien la lleva. Iñaki Anasagasti y
Sabino Arana son tal para cual.
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