El
presidente del gobierno, Mariano Rajoy, no
tiene mucho interés en cambiar la Constitución. Tampoco
se le ve mucho entusiasmo en este asunto a Alfredo Pérez Rubalcaba.
Quizá,
porque si tuviéramos democracia, muchos de nuestros políticos
podrían acabar en la cárcel.
Ha
dicho también Rajoy que
si el bipartidismo perdiera fuerza, España
podría quedar en manos de partidos estrafalarios. Esto
se pone divertido. El
gobierno de Zapatero fue un gobierno genuinamente estrafalario. Por
ahí andaban Maleni, Pepiño, Bibiana, Leire, etc. Tomaban
medidas estrafalarias, que costaban muy caras al erario público. En
este caso no se trataba de cantidades estrafalarias, sino de
cantidades desorbitadas. El presidente, mientras tanto, aprendía a
decir: every day bonsai.
El
gobierno de Rajoy es un gobierno genuinamente estrafalario. Aunque
empezar a escribir los nombres de los ministros me da un miedo no
estrafalario, sino extraordinario. Me
da miedo que Gallardón no haya hecho más que empezar. Ana
Mato..., bueno, ésta me cae bien. Mientras
buena parte del país pasa el tiempo mirando la tele,
ella disfruta contemplando
cómo peinan a sus hijos. Cuestión
distinta es la de
su trabajo como ministra de Sanidad. Desde
que
ese ministerio estuvo a cargo de Leire Pajín, yo no me permito el
lujo de ponerme enfermo, por lo que pueda pasar. Ahora
que la titular se apellida Mato, mucho menos. Ahora
bien, si delegara sus funciones del ministerio en esas criadas suyas
que peinan a sus niños, quizá no tuviera tanto miedo a constiparme.
Yo
no sé qué miedo tiene Rajoy a esos partidos que él llama
estrafalarios. A
mí me dan miedo otros partidos con los que el PP y el PSOE han
solido pactar, con resultados catastróficos para todos. Y
todavía me causan más temor esos partidos proetarras, legalizados
en infausto día, sin
que el PP hay hecho nada todavía para
que vuelvan a la ilegalidad.
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