Hoy,
día 28 de febrero, se celebra el día mundial de las enfermedades
raras. Su investigación, ya es sabido, no resulta rentable.
He
aquí, pues, que se acusa a las industrias farmacéuticas de no
prestar suficiente atención a unas dolencias que en muchos de los
casos proporcionan grandes sufrimientos a quienes las padecen.
También se acusa a estas industrias de ciertas prácticas nada
honrosas. Mientras tanto se olvida la responsabilidad de los
gobiernos en estos casos. Se dice que un gobierno debe llegar a donde
no llega la iniciativa privada. Por ejemplo, en una ciudad grande
resulta rentable un colegio, pero en un pequeño pueblo si no lo pone
el Estado no lo va a hacer nadie.
Las
industrias farmacéuticas, además, han de regirse por las leyes que
dictan los gobiernos y éstos, además, deben vigilar que se cumplan.
Si una farmacéutica actúa de forma inmoral, los ciudadanos deberían
dirigir sus reproches al gobierno elegido democráticamente y que,
por tanto, les representa. Hay que exigir a los políticos que
cumplan su papel en este asunto tan importante. Las farmacéuticas
son sociedades anónimas que no se inmutan por las críticas mientras
sigan ganando dinero.
Por
supuesto que son los gobiernos, como se ha apuntado antes, los que
deberían investigar aquellas cosas que a las empresas privadas no
les interesa hacerlo. Si se analiza la lista de subvenciones del
gobierno, se comprueba enseguida que se dedican grandes cantidades a
cosas mucho menos urgentes que la investigación de las enfermedades
raras. Tienen suerte los gobiernos de que la gente critique a las
multinacionales y no a ellos. A veces da la impresión de que la
propia OMS trabaja a favor de alguna de esas multinacionales y no de
quienes observan angustiados que no se producen avances en el
conocimiento de sus dolencias.
Las
enfermedades raras tampoco interesan a los políticos que prefieren
fijarse en las grandes bolsas de votos.
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