Dice
Toni Cantó, en un discurso brillante, que los animales no tienen
derechos, puesto que sólo los seres humanos los tienen, pero que por
respeto a la propia dignidad humana hay que tratarlos del mejor modo
que sea posible y los guardianes de lo políticamente
correcto se le han lanzado a la yugular: ¿Cómo que los
animales no tienen derechos?
Confieso
que como carne, no mucha, porque me gusta más la verdura, y los
vegetales también son seres vivos, pero algo de carne sí como. Y de
pescado. ¿Por qué no tendría que comer carne? ¿Es que las ratas
no me comerían a mí si pudieran? O los cerdos, ¿dejarían algo de
mí? Por cierto, ¿qué derechos tienen las ratas?
Mi
Yorkshire, cuando vivía, corría a esconderse debajo de la cama en
cuando oía el vuelo de un mosquito. Yo debía matarlo para que ella
respirase tranquila y volviese a la vida. ¿O es que yo hacía mal?
¿Qué derecho debía prevalecer, el de mi perra o el del mosquito?
Sólo falta que ahora me llamen partidista por preferir mi perra al
mosquito.
A
los mosquitos los mataba por mi perra, pero un día vi una cucaracha
en la escalera y la maté de un pisotón, no por mi perra, ni por
nadie, sino sencillamente porque obedecí a un impulso primario. Y
ahora que lo pienso, a lo mejor ofendí los sentimientos de los
defensores de los animales. Es posible, incluso, que exista un
movimiento titulado “Por la prohibición de las matanzas de
cucarachas”. No me extrañaría, porque creo que se llevan a cabo
fumigaciones masivas, con el fin de exterminar por completo a este
animal, cosa que por el momento no se ha conseguido.
Pero
hay cosas que me chocan. Una vez vi a un defensor de los animales
disfrutando con el foie gras. ¡Ah! Y a otro, comiéndose una
langosta que había sido cocida viva.
Se
conoce que la norma de lo políticamente correcto es flexible.
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