Cada vez resulta más difícil defender a Hugo Chávez y, presumiblemente, quienes contra toda evidencia decidieron apostar por él en sus comienzos deben enrojecer de vergüenza siempre que dice o hace algo. Su última ocurrencia, salvo que acabe de tener otra, ha consistido en pedir a sus seguidores, no a los venezolanos, que se desprendan de sus bienes superfluos, para demostrar que son “verdaderos socialistas”. Es decir, ha sido elegido democráticamente, pero sus convicciones democráticas son nulas. Sólo respeta a los “verdaderos socialistas”, y puesto que el título de “verdadero” lo da él, hay que echarse a temblar. No me resulta extraño conocer a tanta gente que se ha ido de Venezuela por no soportarlo. Ni tener constancia de la angustia de otros que se han tenido que quedar. Ni respeta a quienes no son “verdaderos socialistas”, ni gobierna para ellos. Ese sectarismo le descalifica y le inhabilita moralmente para ejercer su cargo. Como presidente está obligado a tener en cuenta a todos los venezolanos, opinen o no como a él le gustaría que opinaran todos. Esto sólo lo puede hacer un demócrata y quien lo es sabe que quienes opinan de distinto modo también tienen corazón y son, por tanto, capaces de hacer sacrificios por el prójimo. Pero este tipo no se limita a dar cuenta de tosquedad ideológica y moral, en cuanto a desfachatez también apunta alto. Para predicar con el ejemplo, dará lo que le queda de los 250 000 dólares del Premio Gadafi de los Derechos Humanos, que le dieron en 2004. Ya había dado el resto para otra causa. Que acepte un premio llamado así ya indica desvergüenza. Que el premio no lo haya dado un organismo internacional sino un dictador, demuestra que quien lo acepta también lo es o quiere serlo. Y si en lugar de utilizar el dinero del petróleo venezolano para ayudar a otros líderes sectarios de otros países lo gastara en donde debe, las necesidades de los venezolanos estarían más cubiertas.
1 comentario:
los primeros estadios de la enfermedad mental conocida como dictador son asin
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